lunes, 5 de noviembre de 2012

LA NOCHE EN LA CARRETERA

Hacía tiempo que no veía a Montaner. Llegó a mi casa a media tarde, justo para tomar una taza del café turco que estaba preparando. Se sentó y con un gesto automático agarró la baraja de naipes que suelo tener junto al televisor. Comenzó a voltear cartas, a jugar una especie de solitario.

- Bueno, ¿qué tal? -Le pregunté.
- Bien. Más o menos. -Me contestó lacónico.
- ¿Dónde has estado últimamente? ¡No nos veíamos desde yo qué sé cuándo!
- Sí, desde la fiesta de Àngels. La fiesta de disfraces.
- ¡Ah, sí! ...Pero no, yo no fui a aquella fiesta... Ese día tenía que asistir a una asamblea del 15m de mi pueblo y al final se me hizo demasiado tarde... ¿Qué tal estuvo?

Montaner parecía no prestarme mucha atención, parecía completamente abstraído arrojando cartas sobre la mesa... Dos de bastos, cinco de oros, cuatro de copas...

- ¿Y? ¿Qué pasó?
- Pues pasó que no tenía transporte para ir para allá, ya sabes que ahora Àngles vive en ese pueblo de las afueras. Además que para ir a una fiesta vestido de marciano tampoco era plan ir en el autobús. Àngles me dijo que otro amigo suyo me podría acercar, un compañero de trabajo de su hermano que vivía cerca de mi barrio. Acepté.

Calló y siguió jugando. Siete de bastos, seis de copas, seis de oros.

- Pero sigue, sigue... -Le dije- ¿Qué pasó?
- Pues que al anochecer allí estaba el Ford Escort blanco con un tipo al volante. Llevaba una máscara de Anonymous. Tenía que ser él. Thierry me habían dicho que se llamaba el compañero, era de no sé qué país. Me subí y le dije que arrancara. Yo no soy persona de muchas palabras, ya me conoces; y él, siendo extranjero, tampoco es que dijera mucho. La noche en la carretera era ominosa y oscura y tampoco invitaba al diálogo. El coche avanzaba como si se condujera solo. Pero sucedió algo que sí que me sorprendió...

Se quedó un momento pensativo y luego siguió arrojando cartas. Sota de oros, caballo de espadas, dos de espadas.

- ¿Qué? -Pregunté- ¿Qué pasó?

Se detuvo por un instante, se humedeció los labios y dijo:

- La pistola. Vi la pistola.
- ¿Qué pistola?
- Había una pistola en el suelo, bajo mi asiento. En uno de sus acelerones debió salirse de algún lado y se me quedó entre las piernas.
- ¡Qué extraño!
- Sí, extraño...

Y calló de nuevo. Otra carta. Cinco de espadas. No le dejé continuar con aquel estúpido juego y le dije, alzando el tono de voz:

- ¿PERO QUÉ PASÓ? ¿TE DIJO ALGO, TE HIZO ALGO?
- No. Simplemente conducía. Yo sólo había estado una vez anteriormente en casa de Àngels y no recordaba el camino. Además, aquella oscuridad me resultaba inquietante y extraña, como jamás antes vista. Estábamos ya lejos de la ciudad, lejos de todo, la oscuridad envolvía el vehículo como en una pesadilla. Me temía algo terrible y lo que justo hizo después despertó todavía más mis alertas...

Cuatro de bastos, nueve de espadas, ocho de oros.

- ¡QUÉ! ¿QUÉ HIZO?
- Salíó de la carretera y entramos en una especia de camino de tierra lleno de baches y silencio. Le dije que detuviera el coche, que parara inmediatamente. Yo no tenía ni idea de dónde estábamos... Miraba a través de los cristales pero no era capaz de distinguir nada detrás de la oscuridad. Intentaba conservar la calma pero su silencio aumentaba mi agitación. Cada vez había más baches, el vaivén del coche era constante, insoportable. Los nervios y la agitación habían anudado mi garganta y sentía que no podía hablar, mucho menos gritar. No sabía qué hacer...

Rey de bastos. Cuatro de espadas.

- ¡VALE YA! ¡DEJA LAS PUTAS CARTAS! ¿QUÉ PASÓ?
- ...Que detuvo el coche. Junto a una especie de cueva, cerca de un bosque. Detuvo el coche, giro su cabeza hacia mí y desde detrás de su máscara me dijo, en perfecto castellano, que iba a matarme...
- ...

Respiró hondo y volteó otra carta. Seis de bastos.

- Continúa... Continúa... ¿Qué pasó? -Su historia empezaba a causarme cierta opresión en el pecho, aunque no sabría identificar bien el origen ni los puntos de aquella inquietud.
- No me quedaba otra opción. Con un movimiento rápido agarré la pistola y le apunté entre los ojos. Le dije "Da la vuelta". No respondió. "Da la vuelta, llévame a la ciudad o te mato". Empezó a reírse. Su risa era terrorífica, sonora. Jamás había escuchado a nadie reír de aquella manera. Era una especie de quejido cavernoso y profundo. "Deja de reírte y llévame a casa, mamón", le grité. Siguió riendo. No me hacía ningún caso. No parecía oírme.

Detuvo su relato y volteó otra carta. Rey de copas. Iba a voltear otra, pero no se lo permití. Mi gritó le dejó perplejo:

- ¡¡¡¿PERO QUÉ PASÓ?!!!

Me miró y sus ojos adquirieron una lejanía y una tonalidad desconocida para mí, y creo que para cualquier otro ser humano. Aquellos ojos de alucinado se me clavaron en lo más profundo del cerebro. Sentí terror. Aquel no parecía mi amigo, no podía reconocerle en aquella mirada irreal.

- Pues qué va a pasar. Que disparé. Dos veces. Pero era una pistola de mentira, un juguete. Parte de un disfraz, supongo...

Tres de bastos. Rey de oros. Cuatro de oros...

- ¿Y? Dime, por favor, ¿qué pasó? -Susurré. Me costó decir estas últimas palabras. Sin darme cuenta casi había perdido la voz.
- Pasó lo que tenía que pasar, que allí mismo me degolló con un cuchillo. Troceó mi cuerpo con un hacha que llevaba en el maletero. Después enterró mis restos en lo más profundo de aquella cueva. Cuando terminó ya estaba amaneciendo. Entonces arrancó el coche y se marchó, alejándose por el mismo camino por el que habíamos venido.


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