Wembley 1977 |
EL INCIDENTE DEL
LARGUERO DE WEMBLEY
El fútbol moderno tiene su antagonista, como no, en el
fútbol británico clásico. Hoy en día la Premier, regada de millones de libras,
de futbolistas tatuados y jeques, ha perdido también su esencia, quién sabe si
para siempre. Sin embargo, hasta hace bien poco, debido tanto al aislamiento
geográfico inevitable como al mental del que presumen en las Islas Británicas,
el fútbol era espejo de cada una de las identidades de las distintas naciones
que forman aquel Reino Unido, inventores del fútbol.
Sin duda, uno de los momentos más dramáticos del fútbol
británico se produjo el 4 de junio de 1977, durante la jornada final del “British
Home Championship”, un torneo amistoso hoy desaparecido que enfrentaba a las
cuatro naciones del reino en formato de liguilla de todos contra todos a único
partido.
Así, la fortuna quiso que la última jornada de aquel lejano
1977 lleno de connotaciones punk, enfrentara en Wembley a las dos naciones más
laureadas en este torneo: Inglaterra vs Escocia. Todo un partidazo que nadie se
quiso perder: hordas de escoceses se dirigieron en peregrinación hacia la
capital del imperio, acarreando banderas azules con la cruz de San Andrés,
banderas amarillas del Royal Standard con su león rampante (de uso restringido
fuera de unos pocos actos oficiales), kilts, tam o’shanters y whisky en grandes
cantidades. Si Escocia ganaba se convertiría en campeón en casa de su íntimo y
odiado rival secular. Como en cada partido real (este torneo era amistoso, pero
real) había en juego mucho más que un simple partido. Y tanto escoceses como
ingleses lo saben perfectamente. La recepción en Londres es hostil. Un
incipiente “hooliganismo” empezaba a
sobrevolar el fútbol inglés, aunque de momento a nadie le parecía un
asunto grave. Las crónicas hablan de cerca cien mil espectadores en Wembley.
Era una época de casi inexistentes medidas de seguridad, lo cual dicho sea de
paso alguna desgracia traería también al fútbol inglés poco tiempo después. El
ambiente ya venía caliente, por lo que la federación había traído a un árbitro
húngaro para evitar suspicacias, el mítico Károly Palotai, que como jugador
gano la medalla de oro en las olimpiadas de Tokio en 1964. Pero esa es otra
historia…
Estamos en Wembley, orgullo de Inglaterra y sede de su
selección nacional. El estadio está a rebosar, es junio y hace bien tiempo. El
público se desgañita cantando los himnos nacionales y el hedor del alcohol
llega hasta el túnel de vestuarios donde los jugadores de ambos equipos ya se
disponen a salir al terreno de juego. Quien gane este partido será campeón del
torneo, los mejores del Reino Unido. Al menos hasta el año siguiente.
Del partido poco que decir: una final llena de nervios y de
atropellos propios del futbol atlántico, incluida su guarnición de patadas y
entradones. La primera parte parece estar condenada al cero a cero, sin
embargo, en el minuto 42, tras una mano innecesaria junto a un lateral del área
cometida por un inocente defensor inglés, se lanza una falta que, tras un
increíble salto desde el prácticamente el punto de penalty, será rematada a la
red por la melenuda y rubicunda cabeza de Gordon McQuenn, defensa central
escocés, autor así del primer gol del partido para delirio de los etílicos
escoceses que empiezan a acariciar el título.
La segunda parte comienza con una Escocia crecida que acosa
la portería inglesa. Sea lo que sea que Don Revie, seleccionador inglés hasta
aquel fatídico partido, les dijo a sus jugadores en el vestuario no estaba
dando resultado. Así, en el minuto 60 llega lo inevitable: el goleador y
jugador más peligroso de la delantera escocesa, Kenny Dalglish, recoge un balón
rechazado al borde del área pequeña al que, tras un semifallo inicial, consigue
golpear de nuevo y anotar el 0-2. Wembley se viene abajo, los escoceses que
están en la grada se abrazan, se besan. Cantan y dan palmas. El título está muy
cerca.
Pese a la situación el partido no entra en una fase lenta y
aburrida. El orgullo nacional está en juego y ambas selecciones continúan
atacando con pases largos y dando más patadas que nunca hasta que, casi al
final, en el minuto 87 y en medio del asedio inglés, el árbitro señala penalty
tras una polémica patada dentro del área dada por el goleador McQueen de esas de
“iba al balón, no al tío”, que los escoceses protestan porque con tres minutos
más el descuento cualquier cosa podría pasar todavía. El penalty lo marcará
Mick Channon, delantero del Southampton entonces en segunda división, lo cual
no era óbice para ser internacional con la selección absoluta.
Pero es ya tarde para la remontada. El árbitro pita el
final, el partido termina y aquí empieza un incidente que puebla todavía hoy el
imaginario del fútbol británico y que es una leyenda que todavía se cuenta de
padres a hijos en las tabernas de Escocia.
Las hordas venidas del Norte invaden el campo –como ya
habían hecho en 1967- fecha de la última victoria escocesa en Wembley. Diez
años de frustraciones que se solventan pronto: los exaltados escoceses, algunos
en punto de ebullición por el alcohol, campan a sus anchas por el césped de
Wembley. Entre ellos está un joven Rod Stewart que algún fotoperiodista retratará
en éxtasis celebrante. Wembley es por fin territorio conquistado. Esta victoria
viene a saldar no solo los años de sequía futbolística ante el enemigo íntimo,
remiten también a numerosas cuentas históricas siempre por ajustar entre ambas
naciones históricas. La alegría se desborda. Los más atrevidos se acercan a las
porterías y comienzan a escalarlas, a subirse por los postes para terminar
posados en el larguero formando una estampa similar a una bandada de pájaros
que graznan al unísono. Y a la bandada se va sumando otro escocés, y otro, y
otro… hasta que por fin, el larguero de Wembley, doblemente derrotado, se parte
por la mitad, abrumado por el peso de los hinchas y el whisky que llevan en el
cuerpo en una imagen que quedará grabada en la leyenda del fútbol escocés. Fue
el día que ganaron a Inglaterra. En Wembley. En su campo. Y les reventaron el
larguero durante la celebración.
A partir de aquel partido Inglaterra entró en una época
oscura: despidió a su seleccionador nacional, Channon, el goleador, que no
logró triunfar en el Manchester City la temporada siguiente, no volvió a ir
convocado, convirtiéndose en el jugador inglés que tienen más
internacionalidades sin haber jugado nunca ninguna eurocopa ni ningún mundial. La
selección de Inglaterra, que ya no había ido a la eurocopa del 76, tampoco se clasificará para el mundial de
Argentina, lo cual suma al fútbol inglés es un estado de desmoralización
general, alimento de odios y frustraciones de los que tendremos cumplida
noticia en años por venir. En Inglaterra este partido permanecerá en la memoria
colectiva como la mayor humillación jamás vivida hasta que, casi diez años
después, en el mundial de México en 1986… pero eso es otra historia.
genial artículo.
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