sábado, 8 de octubre de 2011

LA KSB Y ANTONIO DÍEZ EL PERSONAJE

Hace un tiempo descubrí, por absoluta casualidad, un blog llamado Encilopedia Farmacológica que contenía un relato titulado "Un clavadista en el Hudson" y cuyo personaje principal se llamaba igual que yo. Aquello me hizo gracia, ya que en la propia cabecera de este blog anuncio que, entre otras cosas, también soy un personaje de ficción. Lo que sucede es que yo pensaba que tenía exclusividad de uso de este personaje. Y no, no es así (lo cual me alegra, por supuesto). 


Alguien con el misterioso nombre de La KSB había publicado en internet un relato enrevesado y muy bien escrito sobre alguien llamado Antonio Díez. Creo que es normal que, con el tiempo, acabara contestando a KSB -a quien no conozco absolutamente de nada ni sé nada sobre ella: ni nombre real, ni país en el que vive, ni nada de nada- con otro relato de ficción de corte similar, un relato que debería ser fragmentario e incompleto y que dejara toda esta peculiar y extravagante historia abierta a nuevos episodios. O no. Allá va...

* * *

Era absolutamente necesario que tomara aquel avión. Estaba preparado para cualquier cosa, casi cualquier cosa. Era la tercera vez ese mes que volaba en la misma línea, mismo destino, aunque esta vez el motivo de mi viaje era diferente. Incluso dos de las azafatas de aquel vuelo eran las mismas de otras veces. La morena con acento centroeuropeo era desde luego la más atractiva, no era fácil olvidar un trasero como aquel deslizándose entre los estrechos pasillos de aquellos aviones atestados de ancianos somnolientos, ejecutivos tecnodependientes y niños llorones.

Como no tenía nada mejor que hacer, intenté dormir apoyando mi cabeza contra el duro respaldo del asiento. Nada. Sólo un dolor en el cuello al cabo de cinco minutos. Gire mi cuerpo hasta quedar completamente de lado, mirando hacia la ventanilla cerrada. Tampoco. Finalmente, y de mal humor, decidí abrir el periódico que había comprado antes de subir al avión no recuerdo por qué. La verdad es que me ponía enfermo aquel periódico y sus noticias tergiversadas y sectarias, nunca lo compraba y no entendía que hoy hubiera pagado dinero por leerlo. En realidad, creo que lo que me pone enfermo es el mundo en general y cualquier noticia que pueda generar, pero en fin... Pasé un par de páginas enfadado con todo y con nada a la vez. Otras dos. Fuera, fuera, fuera... En tres minutos había ojeado por encima casi todos los titulares. Nada me interesaba. Quedaba un largo viaje por delante...

Al llegar a Newark -aún quedaban bastantes horas para eso- tenía que llamar a Federico. Ya ni me acordaba de su dirección, pero sabía que la tenía anotada en alguna parte. No quise darle más vueltas a aquel detalle en aquel momento, no me quería marear tan pronto. Lo primero que tenía que conseguir de Federico era que me proporcionara una pistola, después, con un poco de suerte y tirando de algún contacto, tal vez me facilitara una dirección: la de una mujer cuyo nombre en clave era KSB. Tenía que encontrarla.

Nunca había utilizado un arma contra nadie y esperaba no tener que hacerlo, pero iba dispuesto a todo. KSB tenía que explicarme muchas cosas y yo, sinceramente, esperaba que lo hiciera por las buenas. No podía consentir que mintiera tanto sobre mí, eso no. Sus historias me habían metido en un grave aprieto y tenía que convencerla, por las buenas o por la malas de que me aclarara algunas cosas...

La azafata con acento centroeuropeo se me acercó por detrás y de improviso me dijo con voz firme (y centroeuropea):

- ¿Desea algo el señor?
- ¿Eh? No, no... Bueno, sí... Tráigame una cerveza, por favor.

Vi su culo alejarse por el pasillo y al rato ya tenía la cerveza resbalando por la garganta. No estaba muy fría. Y me había costado carísima a juzgar por el exiguo cambio que me había devuelto del lustroso billete recién sacado de un cajero del aeropuerto con el que había pagado. Nunca más volveré a beber en un avión, me mentí a sabiendas.

Abrí la persiana de la ventanilla y vi que estaba atardeciendo. Algunas ciudades lejanas empezaban a encender puntos difusos de luz que, desde mi altura, las hacían parecer decorados de una maqueta de tren eléctrico de juguete. Ahora mismo, pensaba, en alguna ciudad similar a aquellas, KSB estaría tal vez desnuda, preparándose para darse un baño sin saber que yo me dirigía hacia ella a unos novecientos kilómetros por hora. Cuando por fin pisara su ciudad ya sería de noche y, mientras ella tal vez duerma, yo estaré cargando la pistola con balas reales, ciego y cansado del viaje.

Miré su foto una vez más. La llevaba en el bolsillo de atrás del pantalón. Sí, sin duda sería capaz de reconocerla. ¿Por qué se hará llamar KSB? ¿Dónde había aprendido todo lo que sabe? Al ir a guardar la foto en el bolsillo me di cuenta de que aún tenía el ticket de la cerveza arrugado en la mano. Lo desdoblé para comprobar que efectivamente aquello era un timo y entonces me fijé en algo; alguien había garabateado por la parte de atrás del recibo, con bolígrafo rojo y letra cuidada, algunas cosas: un número de teléfono, un nombre centroeuropeo y un mensaje muy concreto:

"Yo también busco a KSB"

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