lunes, 31 de octubre de 2011

CON LOS LABIOS PINTADOS COMO SI DE UN FANTASMA SE TRATASE

Cuando tenía catorce años me juntaba con los mayores del barrio, para oír sus conversaciones, ya sabes: que si se colaban en el cine o en conciertos, que si fumaban, que si pajas, etcétera... Bueno, etcétera no: que si pajas. Pajas. Casi todo el tiempo pajas. Y esto al principio, luego ya que si con no se quién de su clase de compensatoria, que si con tal vecina, tal otra, con la panadera...

La panadera. Tenía fama ya la panadera. Todos los del barrio decían que se la habían pasado por la piedra. Y no estaba mal la panadera. No, no estaba mal. Algo mayor pero, oye, estaba bastante bien... La primera vez que sacaron a la panadera en sus vaciles recuerdo que no dormí. La solía ver todos los días al salir del instituto, cuando mi madre me mandaba a comprar el pan, así que, al día siguiente, como todos los días, allí me planté, haciendo cola para comprar el pan. Había bastante gente y yo temblaba... Sí, ahí estaba la tía, charlando con las marujas de mi portal, dando la razón a los jubilados y haciendo carantoñas a los niños pequeños. Riéndose sonoramente, con una risa abierta que me hacía temblar aún más. Cuando me llegó el turno no supe qué decir. Yo era un niño y las historias sexuales de los mayores del barrio se me mezclaban en la cabeza cuando la miraba.

- Que me des quiero pan una barra barra una barra una barra de pan
- ¿Una barra de pan?
- ¿Eh? Sí... ¿Eh? ...

Y me sonrío, y yo creo que me desmayé. Creo. Cuando recuperé la conciencia estaba con ella, en la trastienda, tumbado sobre unas cajas de cartón.

- ¿Estás bien, Toño?
- ¿Eh? Sí, sí... ¿Eh? ¿Qué... qué ha pasado?
- Nada, nada, tranquilo. Que hace mucho calor estos días y, aquí dentro, con el horno a tope... Ha sido un mareo de nada, no te preocupes...
- Quiero ir a mi casa
- No te preocupes, ahora te acerco, tengo el coche ahí, en la puerta. No te preocupes. Relájate.
- Vale.

Se marchó y me quedé solo, mareado aún, unos minutos. No recuerdo cómo se llamaba. Cuando regresó de vete a saber dónde, me preguntó:

- ¿Tú te juntas con el Chino, el Culebra, el Negro y toda esa gente, ¿no?
- Sí, a veces sí, en el parque...
- Ya. ¿Y no te han hablado de mí?
- ¡No, no!... Bueno, no sé...
- Seguro que sí -Se sonrío- ¿Tú cuántos años tienes?
- Quince
- ¿Quince? Que majo, ¡Ay! ... Y qué guapo... ¿Tú sabes lo que me apetece ahora, Toño?
- ¿Yo? No... no lo sé...
- ¿No te han contado nada tus amigos?
- ¿Eh? No, no. A mí no. No... No, no sé...
- Bueno, pues no te muevas y mírame...

Y la miré: Y se quitó la bata blanca de panadera. Y la blusa blanca. Y luego las zapatillas llenas de harina, los calcetines blancos de tres rayas. Y el pantalón bombacho blanco. Y finalmente aquellas bragas blancas, blancas... Y entonces la vi, tal y como me habían contado, con los labios pintados como si de un fantasma se tratase... Era todo verdad.

3 comentarios:

  1. Vayavaya con el Antoñito. Es que eso es para no olvidarlo en la vida jajajajajja. Un abrazo.

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  2. A esto le faltaría un toque sensual...no?

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