Cómo molesta que llamen al timbre de casa antes del mediodía, que es cuando me suelo levantar. Aunque en esta ocasión lo que me está esperando era ciertamente sorprendente: un mensajero con barba de tres días junto a una caja de madera enorme y un sobre en la mano:
- ¿Qué es esto?
- Una caja
- Sí, gracias
- Y un sobre... por favor, firme aquí
- ¿Quién me manda todo esto?
- ¿Cómo quiere que lo sepa? ... por favor, firme aquí
- ¿El sobre no lleva remite?
- ¿Cómo quiere que lo sepa? Yo sólo soy un simple y vulgar mensajero, una persona sencilla de gustos simples y mentalidad roma... por favor, firme aquí
- De acuerdo, firmaré... ¿Aquí?
- Sí. Muchas gracias
- De nada
Entré la caja en mi casa con no podo esfuerzo y leí la nota que contenía el sobre. Era de mi antiguo profesor de biología del instituto, con el que me unía una gran amistad. Decía así:
"Antonio, como alumno aventajado mío que fuiste pienso en ti ahora, en el declinar de mi vida, cuando la muerte ya me llama a su seno. En esta caja te envío uno de mis experimentos fallidos para que tú, con tu propia inteligencia, intentes llevarlo a buen puerto. En breve plazo desapareceré para siempre de este valle de lágrimas, así que te mando un afectuosos saludo como postrer despedida. El dinero que me debes puedes dárselo a cualquiera de mis hijas. Adiós, Antonio."
Era increíble: mi admirado profesor se había acordado de mí... ¿Qué contendría aquella caja? ¿qué adelantos científicos albergaría? ¿sería yo un digno sucesor de tan alta eminencia de la investigación? ¿cuánto dinero le debía al tipo aquel? ¿lo sabrían sus hijas?
No quise demorarlo más y me puse a abrir la caja con una palanca de hierro, ya que estaba fuertemente sellada. No fue fácil, pero tras varias horas de trabajo, la tapa se abrió ante mí. Desde las profundidades oscuras de aquel ataúd surgió algo que me dejó totalmente perplejo: ante mí apareció, sonriente y pizpireta, la mismísima Leticia Sabater en persona:
- ¡HOLA, HOLAAAA! -Gritó al verme.
- Hola
- ¿CÓMO ESTÁIS, NIÑOOOSSS?
- Leticia, no hay niños aquí
- ¿Y DÓNDE ESTÁN MIS CAMPEONEEEESSSS?
- Ni idea, pero... ¿quieres ver niños?
- ¡SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ! ¡QUÉ GUAYYYYY!
- Bueno, ven conmigo...
Y nos fuimos hacia el parque que hay enfrente de mi casa. A esas horas siempre encontraríamos niños chillando en los columpios y eso me daría tiempo para pensar en mi próximo movimiento, en qué hacer con aquel regalo envenenado.
Salimos a la calle pero todo empezó a ir peor de lo que había pensado: la gente con la que me cruzaba se burlaba de mí descaradamente:
- Antonio, ¿dónde vas con eso?
- Antonio, ¿te ha castigado tu madre?
- Antonio, mátala y compra un helado de chocholate
- Antonio, deja de fumar ese chocolate...
- Etc.
Era vergonzoso. Además mi plan hacía aguas por momentos porque los días de diario a mediodía no hay niños en el parque, están todos en el colegio. Tan solo había allí otros desgraciados como yo, con sus miriamdiazarocas, sus rosaleonas, sus marialuisasecas y otras presentadoras infantiles mucho más molonas que la mía, así que decidí volver a casa ipso facto.
Desde aquel día procuré mantener a Leticia encerrada en mi habitación por más que ella, cuando llegaba de trabajar, me insistiera en salir a la calle para hacer todo tipo de actividades chachipirulis que se le habían ocurrido para realizar en el exterior. Por supuesto, yo no estaba dispuesto a que me vieran con ella por ahí, así que la pobre animadora televisiva fue poco a poco convirtiéndose en una teleadicta silenciosa y amargada que se iba marchitando en su propia tristeza según pasaban las semanas. A veces la sorprendía hurgando en mis cajones, mirando fijamente mi pasaporte falso, o dando vueltas por la cocina, abriendo absorta mi nevera eternamente vacía. Poco a poco dejó de hablarme.
Un día de tantos, cuando regresé a casa, ya no estaba. Había desaparecido. En realidad no me sorprendió, incluso me sentí en parte liberado, aunque no tardé en darme cuenta de que algo impensado estaba comenzado a pasarme: la echaba de menos.
Empecé entonces a buscarla como un demente por las calles de mi ciudad, más tarde por calles de otras ciudades en las que sospechaba podía haber ido. Finalmente, cuando estaba a punto de rendirme, la vi en un programa de telecinco. No lo dudé. Llamé al teléfono de aludidos para, al menos, tratar de hablar con ella, pero era inútil: nadie atendía mi llamada. Decidí, en un arrebato de furia, montarme en el coche y acelerar hasta los estudios de la cadena amiga. Un guardia de seguridad me impidió el paso pero cuando le dije que sentía odio y rabia y que era capaz de matar a alguien, marcó un número y el propio Jordi salió a recibirme con un equipo de cámaras.
Entré en el estudio como un loco, gritando y tirando al suelo todo lo que encontraba a mi paso. Dos matones trataron de sujetarme, uno de ellos me dio un puñetazo y el otro me derribó golpeándome en la cabeza con la silla de tijera de la regidora. Leticia huyó. Huyó para siempre. No he vuelto a verla desde aquella noche. Sin embargo aquí la espero, ya que cuando desperté del coma me contrataron como contertulio habitual del programa. Aquí la espero, sí. Sé que volverá.
Oh sí!! Aún recuerdo aquella mirada "distinta" de la animadora infantil que hacía que niños potencialmente pervertidos adelantaran su pubertad a la luz de sus insinuantes atributos marcados por una vestimenta ceñida diseñada por algunas mentes enfermas de la tv contemporánea. El trastorno bipolar estaba asegurado dado el grado de inocencia de los diálogos que noqueaban los instintos sexsuales aflorados por la figura sensual de nuestra "kid friend".
ResponderEliminarOtro capítulo a parte merece "Xuxa", la mamachicho infantil que aportaba un grado extra de exotismo sensual macabro.
Las consecuencias de aquellas infancias se pagan ahora.....
madree miaa, jajaa. Pero lo peor de todo, es que dada mi juventud, me tragaba ese programa sin saber lo que se ocultaba bajo esas mayas, (o bueno no lo oculba) ,pero ... santa inocencia infantil ,,, que todo lo ve como bueno y sin juzgar... Me reí mucho
ResponderEliminar