- Señor arzobispo, soy yo, el párraco de Santa Samantha, ¿me recuerda?
- No
- Soy el padre Marcelo, el de la navidad
- ¿Qué navidad?
- ¿No me recuerda? Le llamé ayer, le dejé un recado
- No
- Le he mandado varios emails esta semana
- ¿Ha sido usted? Pues que sepa que se ha metido en un grave problema por sus dichosos mensajitos
- ¿Por mandarle mi idea sobre el belén parroquial?
- ¿Qué belén parroquial, de qué me habla?
- Señor arzobispo, necesito verle y comentarle precisamente eso... ¿Cuándo podría concederme una audiencia?
- No sé... Déjeme consultar mi agenda... Veamos... Tal vez a mediados de mayo...
- Pero, señor arzobispo, no puede ser, la navidad es dentro de dos semanas y tengo una idea genial... ¿Podría hablar con usted ahora mismo?
- Ahora mismo imposible, tengo una entrevista muy importante dentro de diez minutos
- Eso es maravilloso, porque sólo necesito diez minutos
- ¿Dónde está usted?
- Estoy aquí, al otro lado de la puerta de su despacho, hablándole por el móvil
- De acuerdo pasé
Toc toc toc.
- ¡Adelante!
- Bueno días, señor arzobispo, le beso a usted el anillo...
- Ahórrese protocolos. No llevo el anillo ahora mismo, es una larga historia... Siéntese, rápido, dígame qué quiere y márchese. Tiene diez minutos
- Verá, señor arzobispo, desde hace unos meses tenemos graves problemas en la parroquia. Nuestro barrio es un barrio muy castigado por la crisis económica: desahucios, paro, gente que pasa hambre. Mucha hambre... Bien, pues a las catequistas y a mí se nos ha ocurrido que...
- ¿Catequistas? ¿Y desde cuándo tiene usted en cuenta la opinión de un grupo de mujeres seglares? Me sorprende usted, me obliga a investigar si ha incurrido en algún tipo de comportamiento herético peligroso
- Verá, no. Las catequistas no. Fue idea mía, pero digamos que ellas se van a encargar de realizar todo el trabajo, como usted siempre nos dice en sus comunicados
- De acuerdo. Prosiga.
- Pues verá, hemos pensado que este año el belén sea comestible y...
- ¿Comestible?
- Sí, para poder alimentar a nuestros feligreses, los pobres, en estas fechas tan señaladas... Mire, aquí le traigo una muestra... ¿Ve? el buey es de ternera picada, aquí puede ver una figurita mitad ángel mitad marisco, los tres reyes magos: uno de maíz, otro de chóped y otro de chocolate, las ovejitas y los pastorcicos son de carne de kebab...
- Un momento. Deténgase. ¿Y qué sucede con la sagrada familia? No me diga que piensan ustedes comerse a la sagrada familia?
- ¡Uy! ¡Si eso es lo mejor! ¡Con sabores de fruta: piña, sandía y plátano!
- Lo siento hermano Marcelo o como se llame, creo que ha ido usted demasiado lejos. Escúcheme bien: desautorizo desde este mismo instante su idea y le advierto, muy seriamente le advierto, de que mandaré emisarios que le vigilen de cerca. Me aseguraré de que este diabólico plan que ha pergeñado no se lleve a cabo de ninguna de las maneras y le prometo, no, ¡le juro! que pagará usted muy cara la osadía de venir aquí, a este sagrado despacho, a burlarse de mí y de la fe cristiana. Ahora, por favor, márchese o llamaré a la policía...
- Pero... Señor arzobispo, déjeme terminar, yo...
- ¡FUERA DE AQUÍ!
El enfado aún le duró un rato al arzobispo, pero no mucho. A los diez minutos llegó, puntual, el consejero delegado de la empresa tabaquera con quien tenía concertada una importante cita desde hacía semanas.
- Buenos días, señor arzobispo, le beso a usted el anillo...
- No es necesario. Siéntese.
- ¿Quiere un cigarrillo, excelencia?
- ¡Ay, no, hijo mío! ¡Qué más quisiera! Hace apenas tres días que dejé de fumar, ¿sabe usted? Cosas de mi médico, una gran persona, gran profesional... Por ello le agradecería que tampoco fumara en este despacho, ya se puede imaginar, tengo un monazo de aupa...
- Pues precisamente venía a hablarle de tabaco, como puede suponer. De negocios.
- ¡Ah! muy bien, hijo, muy bien... Dígame, dígame...
- Pues verá, no sé si le han llegado los informes que le enviamos hace unos días por correo electrónico
- Puede ser, puede ser... Pero dígame, cuénteme usted todo de nuevo...
- Bien. Nuestra empresa está pensando en comercializar unos cigarrillos en los que aparezca sobreimpresionada la cabeza de Jesucristo y...
- Un momento. Antes de continuar. ¿De cuánto dinero estamos hablando, a grosso modo?
- ¡Buff! ¡MILLONES!
- Bien, bien, hijo mío, por supuesto que llegaremos a un acuerdo... Ahora proceda con los detalles, le escucho con toda atención, no tenemos prisa, hoy no tengo ningún asunto importante del que ocuparme...
Estupendo cuento de Navidad, ni Charles Dickens
ResponderEliminarBravo! Es una buena historia muy bien contada. No sé como la Institución aún se mantiene, no hacen más que meter la pata, no hay forma de descongelarlos -te lo dice una ex católica que decidió hace mucho dejar de calentar bancos, entre muchas cosas, por ésta.
ResponderEliminarUn abrazo grandote,
Nená