Theo Francos en dos momentos de su vida |
1. Tal vez año 2008, no recuerdo muy bien. Como cada febrero en Madrid se organiza la Marcha del Jarama, un recorrido guiado por el campo de batalla de este tremendo episodio que marcó el curso de la Guerra Civil Española. A este homenaje acuden multitud de personas, entre ellas Theo Francos...
Cuando todo termina y yo me voy hacia mi coche, cuando ya todos nos estamos marchando a nuestras casas, giro la cabeza hacia atrás de manera instintiva: Allí está Theo Francos, recortado contra el horizonte. Con el puño en alto saluda a unos chicos que no tendrán más de dieciocho años. Su corta estatura no impide que resulte imponente aquel saludo, remedo del que seguramente realizó hace tantos años en multitud de ocasiones durante aquella guerra. La edad, las arrugas, el deterioro físico del paso del tiempo se desvanece por un instante y veo a aquel chaval que fue, obstinado todavía en defender las mismas ideas que nos han traído hoy a todos aquí. Me fijo en uno de los chicos que le observa a un par de metros de distancia. Está llorando. Cuando ya no puede soportar más el llanto, se acerca a Theo y se funden en un abrazo...
2. Meses después paseo en una de la últimas fiestas del PC que se celebraron en la Casa de Campo de Madrid. Recuerdo la primera vez que estuve, siendo adolescente: el gentío, el recinto inmenso lleno de chiringuitos, atracciones, música, librerías, pabellones. La fiesta ha ido perdiendo terreno con los años, casi como una metáfora del retroceso del territorio republicano durante la guerra. En un puestecillo de libros veo el libro en el que se cuenta la biografía de Theo Francos y que se titula "Un otoño para salvar Madrid", escrito por la periodista francesa Christine Diger. Lo compro y camino con él bajo el brazo por la Casa de Campo hasta que, ¡casualidades de la vida! veo, entre la gente que se agolpa en un puesto para tratar de comer y reponer fuerzas, a Theo Francos sentado con unos amigos delante de una paella tenedor en mano. Me acerco, le saludo. No cuento con que se acuerde de mí, claro que no, pero sí que le pido por favor que me firme el libro que acabo de comprar. Alguien a su lado me indica que está comiendo, que no le moleste ahora. Está bien, le digo, me siento allí, me tomo algo y espero a que acabéis. No, no, me dice Theo, te lo firmo ahora, ya, faltaría más. Deja de comer y, con tranquilidad, comienza a escribir en la primera página del libro. Despacio, pero con firmeza. Luego nos damos la mano y me despide alzando el puño al viento. Yo repito el mismo gesto también, antes de irme con el libro de nuevo bajo el brazo. Por último, y de manera natural, ambos nos decimos, nos gritamos con el puño en alto: ¡Salud, camarada! Y nos sonreímos...Ese libro, dedicado con la caligrafía temblorosa propia de alguien de su edad, lo tengo ahora mismo entre las manos.
3. En noviembre del año pasado coincido en Sevilla, en ese lugar maravilloso que es La Cabornería, con Christine Diger en una doble presentación de libros; ella ha venido a hablar de Theo Francos, yo de "Hablando de Leyendas", el libro de poetas brigadistas. Comienza ella con una soberbia exposición sobre la multitud de experiencias extraordinarias que se acumulan durante la vida de Theo Francos. Cuando concluye, yo leo algunos poemas que terminan por emocionarme (como siempre que presenté ese libro) y por contagiar la emoción a buena parte de la gente que ha venido a escucharnos. Al terminar Christine y yo nos saludamos, nos damos un abrazo. Theo Francos no ha podido venir, obviamente, pero esa noche le sentimos -le siento- presente. Siento que no va a morir nunca, que no se puede morir nunca.
Me estremecen las personas que se emocionan con sus credos. Que sus pulsos están vivos con sus ideas políticas y las respeto muchísimo, porque son dignas de mi más absoluta admiración. Creen y mantienen su fe y la defienden. Yo no soy de izquierdas, nunca lo he sido, rebelde sí. La izquierda no la he heredado, porque esas cosas en una pequeña parcela se heredan, o pequeñísima, y porque mi lógica racional no lo sostiene. Pero míranos, todos compartimos un mismo espacio, y nos quejamos juntos, y pateamos, porque las injusticias son siempre las mismas.
ResponderEliminarUn abrazo grande, hombre comprometido.
Nená