El tío ya llegó gritando, liándola. Un negro trajeado.
- ¡HIJOS DE PUTA! ¡HIJOS DE PUTA TODOS!
Yo he sido toda mi vida camarero y estoy acostumbrado a estos numeritos, aunque aquello me parecía demasiado.
- ¡ME CAGÜEN VUESTRA PUTA MADRE! ¡PAÍS DE MIERDA! ¡HIJOSDEPUTAAAA!
Venía además bien acompañado por tres guardaespaldas como armarios empotrados, armados y peligrosos; así que nadie del bar sabíamos muy bien cómo reaccionar. Uno de sus matones me pidió un vodka con naranja y tres refrescos, así que aproveché para intentar calmar un poco la cosa:
- Oye, amigo... Dile que se calme un poco, ¿no? Éste es un sitio tranquilo y no nos gustan los follones...
- Ya... perdona... pero es que está un poco nervioso, ya sabes, está un poco afectado por lo de la guerra de Irak y todo eso, lleva bebiendo toda la tarde y... bueno, ya sabes...
Mientras hablábamos el tipo se sentó. Se encendió un cigarro.
- ¡Joder! Y dile que no se puede fumar
- ¡Hostias! ¡Pero si no fuma! ¿De dónde habrá sacado eso?
En ese momento mi jefe se asomó por la puerta de la cocina y me miró con ojos de interrogante. Yo me encogí de hombros y señalé al tipo arqueando las cejas, intentando ser discreto. Mi jefe se quedó mirándolo un rato, fijamente, luego me señaló con el dedo y se metió otra vez en la cocina. Marronazo para mí, gracias. Llamé al matón con el que había empezado a intimar:
- Eh, tú... ¿Por qué no os lo lleváis a que descanse un rato?
- Si, eso haremos... pero ahora es imposible: quiere tomarse una copa y no entra en razón...
En estas sonó un estallido de cristales rotos, como si hubieran arrojado una bomba: había estallado el vaso de vodka con naranja contra el espejo de detrás de la barra y todo se había hecho añicos, había restos de cristales por todas partes.
- ¡EH, TRANQUILO! - Le grité.
- ¡No, no! ¡No le digas nada, es peor, yo hablaré con él!
Pero el tío me había visto y se puso a gritar:
- ¡TÚ! ¡IMBÉCIL! ¡TÚ! ¡CAMARERO DE MIERDA! ¿Y SI TE ROMPO LA CARA?
Me hice el sueco como tan bien había aprendido desde que trabajaba allí y empecé a fregar un par de vasos dándole la espalda, evitando todo contacto visual.
- ¡EH, TÚ! ¡HIJO DE PUTA! ¿ME HAS OÍDO?
No dije nada.
-¿DÓNDE ESTÁ EL PUTO VÁTER, MAMÓN?
Me callé. Pero por el rabillo del ojo vi como otro de sus matones le conducía agarrándole del brazo hacia los servicios. Aproveché para hablar un poco más con mi nuevo colega:
- Oye, mira... Voy a llamar a la policía
- No... No, espera... Ya nos vamos. En cuanto mee y vomite nos vamos de aquí, te lo prometo.
- Ya... ¿Y quién va a pagar todo esto?
- Dime qué se debe y te firmo un cheque. Somos de fiar.
- A la baja ese espejo valía quinientos pavos.
- Vale, vale.
Me entendió un cheque por mil. Y me dijo:
- El resto de propina... Pero escúchame: nadie debe saber nada de todo esto, ¿de acuerdo?
- Sí, vale, tranquilo... Pero lleváoslo ya...
Y efectivamente. Salió del servicio derrengado, colgándose como podía de los hombros de dos de sus matones. El tercero, mi amigo, antes de marcharse cerrando la comitiva, me guiñó un ojo. Salieron por la puerta y todo volvió más o menos a la normalidad.
Fue entonces, maldito cobarde, cuando apareció de nuevo mi jefe:
- ¿Qué ha pasado?
- Nada. La misma mierda de todos los años.
- Sí, eso imaginaba... Y la gente piensa que los bares en Estocolmo son tranquilos, me cago en lá... Y aquí además, al lado de la academia... ¡Y un día como hoy!
Preferí no responder nada al cabrón de mi jefe. Miré el cheque... Um...Así que era él: Mr Obama, White House. El muy cabrón estaría recogiendo el puto Premio Nobel de la Paz esa misma tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario