- Antonio, ven aquí
Cuando me decía Antonio, ven aquí, temblaba. Y no me molestaba -ni me molesta- trabajar, hacer cosas. Al contrario, soy una persona de acción y me gusta el movimiento, estar ocupado. El reposo me aburre. Pero es que cuando quería que limpiara u ordenara algo, don Froilán, el párroco de la capilla del internado, me lo decía directamente: Antonio, tráeme las coronas de flores- yo se las traía; Antonio, abre las botellas de vino- yo las abria; Antonio, limpia las biblias que traje de EEUU- yo las limpiaba; Antonio, acércame el veneno para los gatos- etcétera.
Yo era muy pequeño entonces y aquella capilla me impresionaba. Me pasaba allí todas las tardes haciendo compañía a don Froilán y ayudándole en todo lo que me pedía. Por lo que me contaba el propio don Froilán, y por lo que pude estudiar después, se trataba de una capilla muy antigua, románica, construida en aquel paraje castellano por unos caballeros templarios o por unos monjes cirtencienses, había diversas versiones y no quedaba nunca claro, y además albergaba, desde tiempos inmemoriales, una curiosa reliquia: las piernas incorruptas de San Gervasio el Estilita. Por lo visto, aquellas piernas no se merecían estar en un cementerio sino allí, guardadas en un cofre expuesto en un altar dedicado al Santo.A veces me preguntaba cómo habrían llegado hasta allí aquellas piernas. Según otros curas amigos de don Froilán, las piernas habían venido andando solas desde Antioquía para pedir que allí, precisamente allí, se contruyera aquella capilla.
- Antonio, ven aquí
Y ya van dos veces. No quería ir. No me apetecía. Sobre todo cuando don Froilán se reunía con sus amigos, los otros clérigos. Ocultos en la sacristía, lo llenaban todo de humo y derramaban el vino de las botellas que yo había abierto por la mañana. Al final siempre era una faena el recogerlo todo y además...
- ¡Antonio! ¡Antonio! ¡Ven aquí!
Y van tres. Ya no me puedo demorar más. He de ir. He de entrar en aquella sacristía. Quitarme la ropa. Agacharme. Fingir que disfruto del juego. El juego. Pero no era un juego. No. No lo era. Eso lo supe bastante tiempo después... aunque bastante tiempo antes de ser nombrado Arzobispo de Talavera.
Gracias don Froilán, por todo lo que me enseñaste, por todo lo que aprendimos juntos. Tenías razón. Que me acabaría gustando, me decías. Y que me sería muy útil en el futuro. Y sí, así fue. Así es.
Las piernas vinieron
ResponderEliminarsolas
vaya mester clerecía
misterio
con incienso y vino
presagio
evoca juego de afrenta
apolíneo
morbo sin ropa
mosqueo
será bruma de lección
dionísio
solo apropiada a futuro
...
Buen relato, bien vale media botella de vino.
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