Mi nuevo compañero de piso prometía: un músico de rock, me dijo el casero... Y ya me imaginaba las fiestas, la casa llena de tías a toda hora. Se instaló. Parecía majo.
- Antonio... ¿Antonio te llamas, no? Acabo de llegar a Madrid, a ver si me enseñas un poco la marcha de por aquí, ¿no? ¿Eh, no?
- Claro, claro... ¿Tú cómo te llamas?
- Me llaman Nick Inferno. Me dedico al rock, ya lo sabes, ¿no? ¿eh, no?
A mí, el nombre de Nick Inferno no me acababa de convencer, ya sabes, me sonaba un poco a fantasmada viniendo de un tipo con acento de Cáceres. Pero la cosa prometía, aunque los primeros tres días el tío se pasara las mañanas durmiendo, se despertara a media tarde, comiera algo,
- Antonio, ¿te cojo un par de huevos y un par de lonchas de bacon, va?
- Sí, claro
y luego, a la noche, me dijera:
- Bueno, qué, ¿salimos?
- Es martes
- ¿Y?
- Que mañana madrugo. Además, no hay nada un martes en Fuenlabrada. Espérate al viernes, o al jueves aunque sea...
- ...
Y llegó el jueves. Como siempre, el tío se pasó el día durmiendo. Al atardecer creí oír unos acordes apagados de guitarra rebotando en las paredes de su cuarto. A eso de las diez me tocó la puerta:
- ¿Antonio? ¡Antonio! ¿Qué, qué hacemos? ¿salimos?
A mí no me apetecía mucho salir, la verdad.
- Lo dejamos para mañana, ¿vale? - Le dije a la vez que perdía el hilo de lo que estaba leyendo.
- Venga, Antonio, ¿que no tenéis sangre aquí o qué? ¡A tope con el rocanrol! -Me gritó casi en castúo. Su voz sonaba, además, como si hubiera bebido o fumado algo.
- ¿Rocanrol? -Intenté imitarle el tono, sin conseguirlo- Déjalo, A estas horas sólo estará abierto el bar de Rafa
- Venga, vamos para allá... ¿Antonio?... ¿Antonio?
Y allí fuimos. No había nadie, por supuesto. Rafa en la barra y un vecino al que conocía de vista apurando una cerveza. Se fue. Pedimos dos birras. Nos las bebimos.
- Bueno, ¿qué, Nick? ¿nos vamos a casa?
Se le veía decepcionado. Me dijo que sí. Tuve que pagar yo las cervezas.
- Es que en esta chupa de cuero no me cabe la cartera...
El viernes intenté darle esquinazo, pero me interceptó cuando ya iba a salir. Supongo que estuvo al acecho desde que se despertó.
- ¡Antonio! ¿Dónde vas, hombre? ¡Espera, que me voy contigo!
Se me acopló y estuvimos por ahí, de bares, con mis colegas. Y en cada bar lo mismo:
- ¡Antonio! ¿pero aquí ponen rocanrol?
- Aquí no, Nick. Luego, si eso...
Y fuimos a otro bar, y después a otro. Y a otro. En el último Nick entró a la camarera, a la novia del cachas de dueño, así que nos tuvimos que ir... A otro bar. A uno justo enfrente, hacía años que pisábamos aquel garito, principalemente porque no nos gustaba, pero era una situación de emergencia. A estas alturas mis colegas miraban a Nick con cierto recelo.
- Pero Antonio, ¿Aquí ponen rocanrol?
- No lo sé. Nunca vengo a este bar... ¿No tienes sueño, Nick?
- ¿Yo? ¡Qué va! ¡¡¡Yo quiero rocanrol!!!
- ...
- ...
- ¿Quieres rocanrol?
- ¡Sí, yeah, sí!
- Venga, está bien. Vente conmigo... Esperadme aquí. -le dije a mis amigos- Ahora vuelvo.
Y caminando caminando, llegamos al antro de punkis de las afueras de la ciudad. Por el camino insistía:
- ¿Pero ponen rocanrol?
- Sí, Nick. Sí.
Allí, sorprendentemente, se hizo colega de unos tipos casi nada más entrar, ocasión que yo aproveché para darle esquinazo y volver con mis colegas. Pero lo peor estaba por venir.
Al día siguiente, cuando me levanté, mi casa estaba llena de punkis y perros. Nick, ojeroso, tocaba la guitarra en el sofá mientras otro tío intentaba seguirle escupiendo soplidos a través de una flauta de plástico. La mesa estaba llena de litronas vacías, cartones de vino volcados, vasos sucios, ceniza y rastros de líneas de polvo blanco. El suelo estaba pegajoso y negruzco. Olía a humo y a sudor. Sí: el rocanrol en el salón de mi casa.
Desde entonces ya nada fue lo mismo. Ya no quiso salir más conmigo. Se iba de casa los jueves y me llenaba el salón de gente extraña hasta el domingo. El resto de la semana se la pasaba en su cuarto, ensayando canciones aullantes y repetitivas. De vez en cuando me robaba comida. Nunca limpiaba... Así estuvimos varios meses...
El resto de la historia, lo de rajarle la chupa de cuero, arrancarle un par de cuerdas de la guitarra y, finalmente, envenenarle con cianuro fue, supongo, el resultado lógico de nuestra convivencia. No fui a su entierro. Los punkis, sospechosos todos de su muerte, desaparecieron de mi vida. Creo que incluso cerraron un tiempo el antro aquel, por si las moscas. La antigua habitación de Nick quedó vacía un tiempo. Todavía me duele algunos jueves, cuando quiero salir y no tengo planes, o cuando tengo ganas de un poco de rocanrol. Pero luego vino Bárbara y se quedó en aquella habitación y... poco a poco le voy olvidando.
¡Descansa en paz, Nick Inferno!
madre mía pobre bárbara
ResponderEliminarTío, tu no amas el rocanrol
ResponderEliminarPobre Nick Inferno
jajjajajja...muy bueno¡¡
ResponderEliminarJajaja
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