lunes, 23 de enero de 2017

BUENA SUERTE O MALA SUERTE, ¿QUIÉN LO SABE?

Desde que trabajaba en la subcontrata de limpieza Trash are us, era el hombre más feliz del mundo: no solo ganaba diez euros más al mes que el SMI, sino que como limpiábamos laboratorios y residuos hospitalarios de la clínica universitaria, solo tenía que trabajar de lunes a sábado de siete y media de la mañana hasta las ocho y media (a veces nueve) de la noche. El resto del tiempo, quitando la hora y media de transporte público, era todo para mi disfrute personal.

Pero no acaba ahí la cosa; un día vino un tipo al que había visto por el laboratorio otras veces, uno al que llamaban El Arqueólogo, o algo así, y va y me dice:

- Oye, ¿Cómo te llamas?
- Antonio
- Antonio, bien, me gusta ese nombre, me inspira confianza... Yo tenía un tío que se llamaba Antonio
- ¿Ah, sí?
- Pues sí. Y solo por eso voy a hacer una oferta... ¿Te gustaría venir como parte de mi equipo a una expedición arqueológica a Egipto?
- ¿Quién, yo?
- Sí. Verás, es que el doctor Filibert no va a poder
- Ah, no va a poder... ¿Quién?
- Es que le coincide con la comunión de una sobrina que tiene en Murcia y claro, como salimos mañana, pues me hace falta alguien que pueda sustituirle
- Pero... pero yo no sé... no sabría...
- Quita, quita, ¡si está chupado! Los arqueólogos tenemos engañado al mundillo universitario... No hacemos nada del otro mundo
- ¿En serio?
- ¿Tú sabes darle a la escobilla, verdad?
- Sí, eso sí
- ¡Pues es eso! Ris-Ras-Ris-Ras... Pero con un cepillito de dientes: ¡lo mismito!
- Ya, comprendo
- Solo hay que ir con cuidado de no romper nada pero, ¿sabes?, los restos arqueológicos están prácticamente todos rotos ya, así que ni eso... Si se rompe pues nada, decimos que hubo una invasión vikinga o que lo rompieron los etruscos o los hititas, lo que toque... En Egipto echaremos la culpa a los hititas, si pasa... joder, yo mismo he roto decenas de jarrones, tumbas... ¡De todo! Y aquí me tienes
- ...
- Pero bueno, ¿te vienes o qué?
- Es que...
- ¿Es que qué?
- Que yo también tengo una comunión
- ¿Cuánto ganas aquí?
- Diez euros más que el SMI
- Te doy veinte euros más
- ¡Hostias, muchas gracias! ¡Cuente conmigo!
- Vale, pues ve a tu casa, coge una muda, algo de manga corta porque allí hace calor, y vente para el aeropuerto. Allí te haré pasar por el doctor Filibert, por ahorrarnos comprar otro billete, ya sabes... En realidad te he elegido porque te pareces un huevo, pero vamos, que si encima sabes manejar una escoba pues perfecto
- ¡Ah, qué bien, qué suerte!
- Buena suerte o mala suerte, ¿quién lo sabe? La arqueología tiene mucho misterio y todo es posible... Yo creo que te va a encantar...

Llegamos a Egipto esa misma noche y nada más aterrizar me dijo:

- Mira, Antonio, mejor no perder tiempo: vamos directamente a la tumba de Xavieramón Sa Ra, que es la que nos ha asignado la universidad. Si dormimos allí, no solo nos ahorramos una noche de hotel, es que además allí se duerme fresquito y yo con estos calores no pego ojo... ¡Cómo echo de menos Madrid ya!

Así que, sin dejarme decir nada, nos metimos en un taxi que nos dejó en medio de un descampado desértico y, desde allí, a tan solo un par de horas caminando en la oscuridad, llegamos a una pequeña pirámide, bien situada, en lo alto de un cerro, con buena orientación y a todas luces luminosa. Mejor ver.

El Arqueólogo sacó una palanca, forzó una loseta y entramos. Siguiendo la luz mortecina de su linterna llegamos a una cámara mortuoria completamente vacía, a excepción de un sarcófago que contenía la momia milenaria del ínclito Xavieramón. Era algo espeluznante: la atmósfera silenciosa portaba olores a vieja muerte y vendajes ajados. El silencio inmenso de milenios dolía en los oídos. Y el susto fue de muerte cuando, sin previo aviso, la momia se levantó de su descanso eterno y nos dijo:

- ¡Oh, malditos profanadores de mi sueño eterno! ¡Vuestra osadía perturba mi descanso celeste y enoja a los dioses de inframundo! ¡Pagaréis tamaño atrevimiento sufriendo mi maldición eterna!

Huimos, claro. Pero nos llevamos con nosotros la maldición, la sufrimos allá donde quiera que vayamos. Cuando regresé a España continué trabajando por el salario mínimo. Mismo horario.

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