Quedaban apenas diez minutos para
que el partido terminara y todo estaba en manos, o mejor dicho en pies, de
aquellos extraños tipos.
-
Míster, ¿qué están haciendo esos dos? ¡Nos estamos jugando la vida!
-
No te preocupes, saben lo que hacen…- Mentí.
Porque no tenían ni idea, o eso
parecía. A los dos los había fichado el presidente gracias a no sé qué
chanchullos en Oriente Medio con no sé qué empresas de no sé qué jeque. Y me
daba igual. Al fin y al cabo el trabajo de un entrenador es así: pasa por un
equipo, hace lo mejor que puede, y en dos o a lo sumo tres temporadas ya está
fuera. El fútbol es un deporte cruel en el que sólo cuenta el presente, y eso
no hay nadie que lo pueda soportar. Así que si el presidente me ficha dos
árabes de dieciocho años pues me parece bien. Y si los tengo que alinear pues
los alineo. Y si nos estamos jugando el ascenso a segunda división pues no pasa
nada. Además, que el presidente ya me advirtió que tenía que exhibirlos en los
partidos importantes, para ver si los podía vender cuanto antes por la
millonada que no le habían costado. Así me lo dijo:
-
Exhíbalos, sobre todo en los partidos importantes. Y hable bien de ellos a la
prensa
-
Sí, señor… por cierto, ¿se sabe algo de mi renovación?
-
Renovación, renovación, todos sois iguales… Usted ascienda al equipo, que mi
dinero me ha costado y asegúrese de que el año que viene estemos en segunda
división, muchos negocios dependen de eso. Y después ya hablaremos. ¿Ha
recibido alguna oferta?
-
No
-
Recuerde que, si recibiera una oferta, el cincuenta por ciento del traspaso es
mío, no se le vaya a olvidar. Si le ofrecen algo me llama inmediatamente,
¿entendido?
-
Sí
-
¿Cómo está el equipo, ganaremos?
-
Creo que sí
-
Bueno, bueno, esperemos que así sea…
El caso es que ya sólo quedaban
cinco minutos y mi futuro, el del equipo y el de los futuros negocios del señor
presidente dependían del genio de los hermanos Abdelsaúd. En mi vida había
visto pareja de delanteros más obtusa e incapaz. Y eso que he visto muchos
jugadores pésimos, no en vano he sido despedido de seis equipos en mi vida:
cuatro en tercera división y dos en segunda b. Pero es que daba la impresión de que
aquella era la primera vez que jugaban: apenas tocaban el balón lo echaban
fuera de una patada y no respondían a las llamadas ni a las broncas del resto
de compañeros quienes, poco a poco, optaron por abstenerse de pasarles la
pelota. Eran un desastre total. Al menos el otro equipo era aún peor que
nosotros, y su tridente de atacantes surcoreanos no parecía muy efectivo
tampoco. Todo nos avocaba al cero-cero, lo cual nos impediría subir de división.
Era mi ruina; ya me veía en la cola del paro otra vez, y la bronca de mi mujer,
y el runrún de los vecinos cotillas, y… Tenía que hacer algo y tenía que
hacerlo ya, pero mis recursos de entrenador no valían entonces para más. Me
preguntaba ¿qué harían los entrenadores de primera división ante un caso así? ¿Qué
dirían? Porque yo no decía nada: escondido en el banquillo me limitaba a mirar
a los hermanos con todo el odio que podía acumular, concentrando sobre ellos
todas mis fuerzas para ver si así, aunque fuera telepáticamente, les trasmitía
parte de la vergüenza que yo estaba sintiendo y hacían algo. Les miraba y les
miraba, pero nada. Mi odio crecía hacia todos ellos, hacia el presidente, hacia
el árbitro -a pesar de que el pobre diablo no tenía culpa de nada, pero me
salía así por costumbre.
Sin embargo algo inesperado y
espeluznante estaba a punto de ocurrirme. Tan espeluznante fue que hasta hace
apenas un par de semanas no he podido contárselo ni a mi mujer y, si ahora lo
hago, es porque usted me pide que se lo cuente, y así lo hago. Les ruego que no
se burlen de mí ni se rían, porque no es ninguna broma. Esto sucedió:
Como digo, estaba odiando al mundo
en general y a los nuevos fichajes en particular cuando, en medio de aquellos
funestos pensamientos, se coló una voz. Una voz, sí, de uno de los hermanos
Abdelsaúd además. Me dijo:
-
No se preocupe entrenador, no nos odie. A fin de cuentas no somos futbolistas.
Miré a mi alrededor por si se
trataba de una broma. No lo era. El resto de suplentes y utileros guardaba
silencio, pues íbamos a sacar un córner, quedaban tres minutos y la tensión era
máxima. Por inercia me hurgué en el bolsillo para mirar el móvil, por si el
sonido provenía de allí, lo cual era absurdo porque siempre lo dejaba en el
vestuario. Pregunté en voz alta a los chicos:
-
¿Alguno de vosotros ha dicho algo?
-
No
-
¿Seguro?
-
Yo no
-
Yo tampoco
-
Ni yo
- No
- Etc…
Entonces lo volví a escuchar:
-
Entrenador, somos los hermanos Abdelsaúd. Los dos. Porque los dos somos en
realidad la misma persona
-
¿Qué? – Dije en voz alta
-
Que yo tampoco he dicho nada – Respondió alguien del banquillo
-
Vale, vale, no pasa nada –Respondí- ¿Qué?
–Dije esta vez telepáticamente
-
Que no somos de aquí
-
Ya lo sé, sois del emirato de no sé dónde
-
No. No somos de este planeta, somos de un lugar no del todo lejano a esta
galaxia, pero en cualquier caso de bastante más lejos de lo que usted pueda
imaginar.
-
¿Te burlas de mí?
-
¿Cuánta gente conoce que pueda hablar telepáticamente?
-
Ninguna
-
Pues eso
-
De todas formas, idiotas, os he dicho en el descanso que en los saques de
esquina os situéis en uno en el punto de penalty y otro en el segundo palo,
¿dónde leches estáis?
-
Lo siento entrenador, no estábamos atentos
-
No me lo jures… Moveos más a la derecha, tapad ese hueco
-
¿Qué hueco? Mire míster, el fútbol no nos interesa, hemos venido a la tierra
con otros propósitos. Si quisiéramos podríamos marcar los goles que se nos
antojaran, pero no podemos malgastar energías: nos reservamos para algo mucho
más importante
-
¿Más importante que subir a segunda división?
Justo en aquel momento uno de los
hermanos recibió un pase al hueco, pero no se movió. No dije nada, en parte la
culpa era mía por entretenerles con tanta charla telepática, pero era otra
oportunidad perdida y ya sólo quedaba un minuto, más el descuento. ¡Estábamos
perdidos! No me quería ni imaginar lo que me diría mi mujer al llegar a casa.
Para rematar, el partido lo estaban televisando por la cadena autonómica y
seguramente la inoperancia de mi equipo estaba siendo la comidilla de todo el
barrio. Me hundí un poco más en el asiento y traté de quemar mi último
cartucho.
-
Si sois tan poderosos, demostradlo, marcad un gol ahora y yo os ayudaré con
vuestra misión interplanetaria
-
¿Pero qué dice, míster? –Me dijo el masajista, que tenía por costumbre
sentarse a mi lado
No respondí. Me limité a repetir mi
oferta telepáticamente.
-
¡Ja! ¡Usted no sabe con quién está hablando ni cuál es nuestra misión!
-
¡Y vosotros no conocéis a mi mujer! ¡Ni a mis vecinos! Si lo supierais
tendríais compasión… ¡Apelo a la solidaridad intergaláctica propia de estos
casos!
-
¿Qué solidaridad intergaláctica?
-
Pues… ¡La típica solidaridad intergaláctica, cuál va a ser!
-
Mire, entrenador, nosotros hemos venido aquí no en nombre de la solidaridad, ni
en son de paz. Somos exploradores del cosmos. Hemos suplantado la personalidad
de estos dos pobres desgraciados para poder recorrer mejor vuestro planeta. Y
puedo decirle algo: su mundo es perfecto para nuestra especie. Pronto una gran
flota de naves atravesará vuestra débil atmósfera y en cuestión de días todos
los seres humanos seréis esclavizados para poder proveernos de materias primas
agotadas en nuestro planeta. ¿Entiende ahora la gravedad del asunto?
-
Pero, ¿por qué aquí? ¿Qué os proponéis? ¿Por qué ahora?
-
Es la mejor ocasión, dese cuenta: Este partido está siendo televisado. Cuando
termine adoptaremos nuestra forma original y anunciaremos a través del canal
autonómico de televisión que una invasión extraterrestre es inminente, que toda
resistencia es inútil, aparte de otras instrucciones que ya sabrá a su debido
tiempo
-
Vale, vale, lo que queráis, de acuerdo, no me importa nada… pero yo sólo te
estoy pidiendo que marquéis un gol, tan solo un maldito gol ahora mismo y os
ayudaré. En lo que pueda, como pueda. Me ofrezco también como seleccionador de
vuestro planeta para el próximo campeonato universal de fútbol. Lo que sea.
Pedidme y lo haré… ¡Pero marcad un gol! ¡Demostrad vuestro poder!
Justo en ese momento se interrumpió
la conexión: un rugido monumental me sacó del ensimismamiento. Tanto los
suplentes como el masajista y el resto de ayudantes se levantaron al unísono y
se fueron hacia el límite del campo dando saltos y berridos. El público gritaba
como poseído por el diablo. Nos habían pitado un penalty a favor. Miré el reloj
del marcador: estábamos en el descuento. Salí del banquillo como de un sueño,
todavía tenía en mi mente el típico efecto narcótico de haber tenido una
conversación telepática con un extraterrestre. Más que caminar me parecía
flotar sobre la hierba. Miré al frente y noté como todo el equipo me miraba, el
capitán se acercó corriendo hasta el banquillo y me preguntó, podría decirse
que me gritó:
-
ENTRENADOR, ¿QUIÉN TIRA EL PENALTY?
Iba a responder que lo tirara él
mismo, el capitán, que no había fallado ninguna pena máxima en toda la
temporada, cuando al mismo tiempo noté en la nuca unos ojos, una mirada que me
estaba atravesando. Alcé la cabeza y vi al presidente en el palco, agitando al
viento el brazo derecho en el que humeaba el puro y señalando con el izquierdo
a uno de los hermanos. No tenía opción.
-
Que lo tiren los hermanos –Dije sin ganas
-
¿QUÉ? ¡ESTÁ LOCO!
-
Sí
-
Pero, ¿Cuál de ellos?
-
Da igual, son la misma persona
-
¿?…
El capitán se encogió de hombros y
se acercó corriendo a comunicar mi decisión a uno de los hermanos, quien se
dirigió hacia el punto de penalty en medio de un silencio absoluto. El estadio
entero se había callado. No se oía nada. Aquellos con buen oído contarían tiempo
después que, en aquellos instantes, se podía escuchar el paso del segundero en
el reloj del marcador. Los espectadores más inquietos se pusieron de pie, los
más tranquilos se comían las uñas y los aquejados de enfermedades del corazón
se tapaban el rostro con las manos. Aprovechando aquel mutismo absoluto volví a
abrir el canal telepático:
-
¡MÁRCALO, CABRONAZO!
-
De acuerdo jefe, pero después nos ayudará
-
¡SÍ, LO QUE QUERÁIS, DESPUÉS OS AYUDARÉ! ¡PERO MÁRCALO! ¡MÁRCALO! ¡MÁR-CA-LOO!
El joven delantero alienígena tomó
carrerilla en medio de aquella histeria contenida. Comenzó su carrera, a pasos
cortos pero cada vez más rápidos hasta encontrarse con el balón. Chutó, con
fuerza y a la cepa del poste derecho, muy bien colocado. El portero rival no
obstante, adivinando la intención del invasor sideral y en un alarde de
reflejos y elasticidad, se lanzó como impulsado por un resorte hacia ese lado y
despejó el balón. El árbitro pitó el final. Habíamos fracasado.
Desde las gradas empezó a caernos
una lluvia de objetos diversos, algunos más contundentes que otros. Una botella
de cristal abrió la cabeza de nuestro portero suplente, una veloz moneda
derribó al masajista y un periódico deportivo aterrizó sobre mi cabeza, esto
último sin mayores consecuencias. De todas formas yo, ciego de rabia como
estaba en aquel momento, no pude controlar mis instintos: corrí desesperado
hacia uno de los guardias de seguridad que estaba esperando al árbitro con un
escudo de metacrilato y, aprovechando su descuido, le quité la pistola del
cinto. Con ella en la mano seguí corriendo hasta el área rival, donde ambos
hermanos intercambiaban camisetas con un par de defensas del otro equipo sin
duda como ritual previo a su anunciada mutación. Cuando llegué a su altura no
les di tiempo a decir nada, ni siquiera telepáticamente. El primer tiro fue
para el hermano que había fallado el penalty, el cual cayó a plomo dentro del
área. El segundo fue para el otro ser del espacio antes de que pudiera
plantearse ni reaccionar. Su cuerpo quedó inerte sobre el de su hermano en
extraña posición puesto que, desde mi perspectiva, los dos cuerpos de torso
desnudo parecían un único ser de cuatro brazos.
El resto de jugadores y público,
aterrorizados todos tras el sonido de las dos detonaciones, abandonaron el estadio
a toda prisa, quedándome yo completamente desencajado, gritando como un demente,
junto a la media luna del área hasta que un par de intrépidos policías
municipales que había por allí, me redujeron y me llevaron a comisaría. Desde
entonces no recuerdo nada, no sé cuánto tiempo llevo en esta celda. Esto es
todo lo que recuerdo de aquel último partido y así lo dejo escrito.
Por cierto, díganle al presidente
que lamento mucho que acabara despidiéndome y sobre todo que, por favor, me
disculpe por haber matado de aquella forma a sus dos fichajes estrella, pero
que tuve que hacerlo en defensa propia, por el bien del planeta.
Por lo demás les agradezco su
interés y me alegra saber que confían en mí esta temporada. Sé que somos un
equipo modesto pero, si se trabaja bien, podemos subir a segunda, se lo
garantizo. Y yo, ya ven: yo soy un entrenador experimentado en situaciones
difíciles y con mucha ilusión y muchas ganas, el hombre ideal para el puesto.
No les defraudaré.
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