viernes, 8 de noviembre de 2013

EL ENCANTO DE LA MUJER MÁS BESADA DEL MUNDO

- Yo también la besé -me dijo el viejo medio en susurros.

El cabronazo se había bebido ya unos ocho o diez vasos de vino; aunque no estaba seguro porque yo llevaba otros tantos, más las cuatro chupitos de vodka que me había bebido con Eva en su casa hacía un par de horas. Y bueno, creo que dos cervezas también tomamos. Tal vez tres.

- ¿Que la besó? ¿Usted? -Le pregunté por preguntarle algo, en realidad me daba igual.
- Sí, chaval. Yo. Aquí donde me ves... Pffff - Resoplaba y, debido al temblor de su mano, dentro del vaso parecía agitarse una tormenta de vino. Algunas gotitas caían sobre la curtida mesa de madera de aquel mesón de pueblo.
- ¿A quién besó? ¿De qué me está hablando? -El alcohol no me permitía recordar muy bien qué coño estaba yo haciendo en aquel bareto de viejos, con aquel borracho que me recordaba a mi abuelo, que acababa de morir precisamente.
- Tú no conoces el encanto de la mujer más besada del mundo... No tienes ni puta idea.
- ¿Cómo que no? -Dije por decir.

En realidad creo que habían sido cuatro chupitos de vodka y media botella de tequila en casa de Eva. Luego es posible que abriéramos dos latas de cerveza cada uno, pero me parece recordar que el pack de seis lo habíamos terminado.

- La mujer más besada del mundo, ¿sabes quién es?
- ¿Quién?
- ¡Tu madre!

La verdad es que su respuesta me tocó bastante la moral, me daba igual que fuera un viejo o un borracho. ¿Qué le había hecho yo para que me hablara así? Tal vez se aprovechaba de mi estado porque, ahora que lo pienso, además de todo lo que recordaba haberme bebido, creo que Eva me había dado a probar una botella de licor café que había traído su madre de Galicia de la que es posible que dejáramos solamente un culín.

- Oiga, no me hable así, que usted sea un viejo borracho no le salvará de que le falte al respeto si sigue con sus gilipolleces, hijo de perra...
- ¿No sabes nada, verdad? ¡No sabes de qué hablo! Gañán...

No entendía nada. De todas formas el mareo que sentía sólo podía deberse a que aparte de todo lo que ya te he dicho, nos hubiéramos pimplado también una botella de champagne (porque el champagne me sienta fatal). Sí, fijo que nos habíamos tomado una botella de champagne entre los dos. Tal vez una y media y habíamos dejado la otra media de lado porque estaba un poco caliente, y claro, el champagne caliente no mola nada.

- Mire, déjese de gilipolleces y hábleme de otras cosas... De la petanca o del tute, de cosas de esas que os gustan a los viejos de mierda como usted
- Me das pena, niñato... ¿Más vino? ¿Pido otra botella?
- Sí
- ¡Rafa, ponte otra de tinto por aquí!

Estaba muy mareado, así que me levanté y salí a la calle, necesitaba urgentemente tomar el aire, fumar un cigarro. Encontré a tientas un paquete arrugado en el bolsillo trasero del pantalón, pero el único cigarro que quedaba estaba partido por la mitad, como si fuera el tallo de una extraña flor muerta. Además no tenía mechero, alguien me lo debía de haber robado en un descuido. Escupí y me cagué en algo o en alguien. Arrugué el paquete con el cigarro dentro y lo tiré a tomar por culo. Creo que cayó encima del capó de un coche, aunque no lo sé, no lo vi bien.

Crucé la calle y llegué hasta el descampado que hay enfrente del bar de Rafa. Allí comencé a canturrear algo, animado supongo por el alcohol, pero debí tropezar con el bordillo o con alguna piedra que había por allí y me caí. La tierra estaba húmeda y fresca. Era agradable. Me quede tirado todo lo largo que era y tal y como había caído: cabeza abajo, tronco retorcido y piernas en posición fetal. Entre sueños intenté hacer acopio de lo que había bebido aquel día:

- No mucho en realidad -pensé.- Pero ¿Y el viejo? ¿Quién coño era ese viejo? ¿Qué me estaba contando?

Entonces, entreabrí los labios y, como en un impulso, besé la tierra. Y comprendí. El encanto de la mujer más besada del mundo... Mi madre...

- ¡Puto viejo! ¡A mí no me vacila nadie!

Al cabo de un rato largo me levanté y volví al bar. En la mesa ya no había nada, nadie. Vi al viejo en otra mesa, charlando con una chica que estaba de espaldas a mí, que se parecía a Eva y que estaba llorando. Me quedé de piedra, como si de repente me hubiera convertido en una estatua. El viejo le tomó de la mano, se acercó a ella. Y la besó. La escena era encantadora.

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