El circo había llegado a la ciudad. Yo tan solo era un niño por entonces y me moría de ganas por ver trapecistas y payasos, pero sobre todo a los animales y fieras que se anunciaban en el colorido cartel que había aparecido por todos los rincones del pueblo. Me llamaba la atención en especial la imagen del rugiente tigre de Bengala que abría la boca en medio del afiche: sobreimpresionado, en lo más oscuro de su garganta, se podía leer con letra gótica el nombre de "Circo Alemán, el mayor espectáculo de Europa".
Por supuesto yo no tenía dinero, ni mi tía, con quien vivía después de que mis padres fallecieran en aquel oscuro caso de brujería, me daría dinero para asistir a un espectáculo semejante:
- Antonio, saca a pasear al perro y olvídate del circo. En un rato va a venir el reverendo y no quiero que estés en casa.
Así que aquella tarde salí a la calle taciturno y pensativo, pese a que todavía no conocía el significado de la palabra taciturno, y me dirigí como por inercia hacia la carpa del circo que estaba plantada en un descampado de las afueras.
De pronto, el perro se volvió loco, olfateo una especie de rastro y salió corriendo. De vez en cuando se paraba y me miraba. Quería que le siguiera. Eso hice... Me llevó hacia la parte posterior del circo donde, oculto entre unos montones de basura abandonada, pude ver todo con gran nitidez. Justo en ese momento la mismísima Angela Merkel en persona entraba semidesnuda en la roulotte del jefe de pista. Me acerqué y miré a través del ventanuco de la parte posterior de la caravana y pude ver como Merkel se quitó las bragas. Pero no para hacer lo mismo que solía hacer mi tía con el reverendo, sino para ponerse unas mallas negras y luego, para mi sorpresa, un disfraz de tigre igualito al del cartel que anunciaba el circo. No necesité ver más, la cosa estaba clarísima y corrí con todas mis fuerzas hacia la comisaría de policía. Don Ramón, el comisario, no daba crédito:
- ¿Estás completamente seguro de lo que dices, muchacho?
- Completamente
- Entonces es un asunto urgente, vamos para allá de inmediato...
Irrunpimos en pleno espectáculo, justo en el momento en el que el falso tigre, siguiendo las instrucciones de un domador de grandes bigotes rubios, saltaba a través de un aro de fuego para regocijo y disfrute de un público entregado que aplaudía a rabiar.
- ¡ALTO! -Gritó la voz atronadora de don Ramón- ¡DETENGAN LA FUNCIÓN!
Se hizo un silencio total.
- ¡ESTE CHICO TIENE ALGO MUY IMPORTANTE QUE CONTARNOS!
Hablé:
- Vecinos, este circo no es lo que pensáis. El tigre no es un tigre de verdad, ¡Es Ángela Merkel!
Don Ramón quitó entonces con violencia la burda capucha felina que cubría la cabeza de la cancillera alemana, lo cual provocó un sordo rumor de asombro entre el público. Aquello era ciertamente increíble.
- ¡PERO POR QUÉ! ¡POR QUÉ! ¡SÍ, POR QUÉ! -Gritaron algunas voces desde las gradas- ANTONIO, ¿QUÉ ESTÁ PASANDO?
- Pues que mientras estamos entretenidos contemplando este simpar espectáculo, los alemanes están aprovechando para subir la prima de riesgo de nuestro pueblo y poder así comprarlo a precio de coste para llenarlo posteriormente de cervecerías y puestos de salchicas... ¡DON RAMÓN, PROCEDA!
Justo entonces, el aguerrido comisario de mi pueblo sacó un machete de caza con el que degolló el cuello de aquel monstruoso animal mitad tigre salvaje mitad política conservadora alemana. Al olor de la sangre, el numeroso público invadió en masa la pista del circo para linchar y dar muerte al resto de animales, algunos agentes de la nueva gestapo disfrazados, otros tigres de verdad. El resto de alemanes huyeron a lomos de sus caballos y ponis para no volver jamás...
Y así fue que salvamos nuestro pueblo.
Me pareció genial, te lo dije. Un abrazo, te veo hoy.
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