Casi la tuvimos. Porque soy un tío tranquilo y tal, pero ganas tenía de matarlo. Me echó de mi propia casa:
- Antonio, ¿pero qué haces aquí todavía, hijo de puta? ¡que te vayas! ¡que te largues de aquí!... Mira, a la mierda todo, paso de ti. He llamado a la policía...
Mi casero, que porque le debía catorce meses de alquiler se creía que podía insultarme o qué sé yo.
- ¡No te voy a abrir!
Yo estaba en mi casa, tranquilo, atrincherado. Había almacenado un par de cajas de botellas de vino, jamón al vacío para parar un tren y tres cartones de tabaco. Tenía mecha para aguantar el asedio al que me sometía cada domingo desde hacía, buff, un montón de tiempo, dos meses o más. Qué agobio de hombre. Pensaréis: qué cabrón el Antonio, que no paga el alquiler. Y no. No es eso. Yo lo quería pagar. Pero no me salía. Me surgían cosas. La vida es compleja y cuando por fin reunía el dinero para pagar aparecía Vanessa o Yolanda, o la otra gente del barrio y, sin saber cómo, la pasta desaparecía.
- A ver, don Anselmo, escuche: hoy no le puedo pagar, pero no se enfade. Venga la semana que viene.
- ¡Hijo de puta, no voy a aguantarte más! ¡La policía está en camino!
¡Y dale! Y llegó el comisario y lo mismo. Qué pesadez:
- Señor Antonio Nosequé. Salga. Inmediatamente. Es una orden.
- Señor comisario, no se preocupe. Ahora mismo salgo. Es que estoy desnudo.
- ¿Desnudo?
- Sí, pero ahora me visto...
- ¡Le he dicho que salga inmediatamente!
- ¿Quiere que abra la puerta desnudo?
- No, no... Por favor, vístase
- Pero señor comisario -oí que le decía don Anselmo- ¿No se da cuenta de que es un charlatán? ¡Tire la puerta abajo, yo me responsabilizo... o le prendo fuego a la puta comunidad entera!
Una vecina empezó a chillar.
- Está bien, está bien, negociemos. -Me dijo el comisario a través de la puerta- Creo que tengo la solución.
- ¿Qué solución? -le grité desde el salón mientras cambiaba de canal. Ponen muchos anuncios en la tele hoy en día y tanta publicidad me cansa.
- ¿Le gusta el campo?
- ¡Habla más alto que no le oigo!
- ¡QUE SI LE GUSTA EL CAMPO!
- ¡SÍ!
- Puedo ofrecerle otro piso
- ¡¿QUÉ?!
- ¡QUE PUEDO OFRECERLE OTRO PISO!
- ¿OTRO PISO?
- ¡SÍ, OTRO PISO! ¡DEJE EL PISO DE DON ANSELMO VACÍO, POR FAVOR, Y YO, EL COMISARIO ANTÚNEZ LE PROMETO QUE TENDRÁ UN LUGAR DONDE VIVIR!
- Vale, vale, no grite tanto, que ya estoy otra vez junto a la puerta
- Bueno, ¿qué me dice?
- ¿Otro piso? ¿Dónde?
- Cerca de la Casa de Campo
- ¡Qué bonito! ¿Con vistas a la Casa de Campo?
- Sí, sí... ¡En plena Casa de Campo!
- De acuerdo. Pero deme una prueba, un contrato, algo... Láncelo por debajo de la puerta
Y tardo, sí, la cosa tardó. Pero al cabo de unas horas alguien me metió un papel donde me ofrecían una nueva vivienda. En plena la Casa de Campo, claro: una jaula tranquila y espaciosa para mí, aunque solo hasta cuando vuelva la pantera. No sonaba mal, pensé. Y mi situación era desesperada. No se me ocurrió mejor solución que aceptar. Abrí la puerta...
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