Era mi último día de vacaciones en Mongolia y había decidido pasarlo en grande: daría una vuelta por el barrio gótico de Ulán-Bator, luego me tomaría unas mollejas de yak para despedirme del país y luego, si el licor de tarántula me lo permitía, iría a un karaoke con Nergüi, mi guía y hoy, después de dos semanas juntos, amigo.
El barrio gótico me decepcionó, porque ni había catedral ni trazas de que fuera a haberla. No hubiera quedado bien tampoco. De hecho no era un barrio gótico, sino Génghico, ya que había sido edificado en origen por el propio Ghengis Khan en el siglo XIII a partir de un establo para caballos trotones. Las mollejas ni bien ni mal, a veces me gustaban mucho, pero otras acababa vomitando. Supongo que depende del tipo de yak, o eso me dijo Nergüi entre risas.
Así que allí estaba, a seis horas de tomar un avión en el aeropuerto de Baraghengis de Mongolia, metido en un karaoke elegido con tiento por mi buen amigo y querido guía:
- Antonio, este es el mejor karaoke de Mongolia
- ¿Y eso?
- He estado en muchos, aquí no vienen aficionados a desafinar
- Pero yo soy un aficionado...
- Ya, pero eres occidental, se reirán de ti y no se fijarán en cómo cantas o dejas de cantar
- ¡Ah, pues genial entonces!
- Pero...
- ¿Pero qué?
- Hay también otra razón frente a la que debo prevenirte
- ¿Cuál?
- El mejor cantante de la noche recibe un cuantioso premio mientras que...
- No te calles, sigue... mientras, ¿qué?
- Tal vez no te guste lo que vas a oír
- Dime, no me importa, he venido a darlo todo a Mongolia
- Exacto: el peor cantante de cada noche es decapitado con aquella espada milenaria que ves colgada ahí
- ¿Ahí dónde?
- Ahí
- ¿Dónde?
- En el segundo estante de la barra, al lado del Blue Tropic
- Ah... ¿Y qué me recomiendas que haga?
- Cantarás, sí, pero a la vez debes seguir mis tres máximas de sabiduría oriental
- ¿Te refieres a sabiduría oriental respecto a los karaokes?
- Supongo
- Bien, dímelas
- Son estas: Uno, debes cantar como una paloma al amanecer; dos, debes cantar como un gavilán en plena caza; y tres, debes abrirte y al abrir, se abrirá
- Comprendo. Esto solo me deja una única opción: para triunfar debo cantar "Gavilán o Paloma", de Pablo Abraira, un clásico de los karaokes aquí y en China
- Esto es Mongolia
- ¡Más a mi favor!
- De acuerdo. Suerte, pequeño saltamontes
- Me llamo Antonio
- Lo sé. Ant-To-Ni-Oh, significa "pequeño saltamontes" en mongol
- No me lo creo pero vale, allá voy...
Subí al escenario y, nada más comenzar las primeras e inquietantes notas del emotivo tema "Gavilán o Paloma" comprobé que mi guía tenía razón: el público mongol, tal vez no acostumbrado a otras mongolidades ajenas, comenzó a reírse de mí, de mis pintas, de mi acento, de la canción que había elegido, del típico vídeo cutrón que suele acompañar a las canciones de karaoke, de la parte en la que la canción insinúa la transexualidad... es decir, de todo. Resultado: un juez de largos bigotes estilo dinastía Ming subió al escenario y anunció en perfecto mongol ulterior (oportunamente traducido para mí al castellano aprovechando las facilidades para el subtítulo que tiene un karaoke) que mi deficiente y a la vez hilarante actuación había merecido: por primera vez en la pequeña historia del karaoke mongol una persona había ganado el primer y el último premio simultáneamente, por lo que el jurado había decidido otorgarme como premio la espada milenaria y, a la vez, el encargo de que yo mismo me cortara la cabeza cuando llegara a Fuenlabrada, premios ambos que acepté de muy buen grado entre abrazos y besos de los concurrentes y empujado a su vez por las prisas de mi guía, ya que nos quedaban tan solo dos horas para llegar al aeropuerto, facturar y todo ese rollo.
Cuando llegamos, exhaustos pero a tiempo, me despedí con un abrazo de Nergüi quien, de manera casi mágica, se desvaneció entre la multitud que abarrotaba aquel transitado aeropuerto. Avancé después hacia el arco de seguridad y el guardia, al cachearme, sintió el peso del arma en la mochila, estoy seguro, pero no me dijo nada, tan solo me guiñó un ojo e hizo una seña a un compañero para que me dejara pasar quien, al llegar a su altura, me dijo:
- Buen viaje, pequeño saltamontes, don Antonio... Ayer le oí cantar y estoy deseando que llegue usted a su casa y se corte la cabeza
- Gracias, pero... ¿Y si no lo hago?
- Lo hará, lo hará... Me consta que Fuenlabrada está llena de mongoles que vigilarán y se asegurarán de que lo haga...
Veintiocho horas y tres transbordos después llegué a Madrid, era domingo. Me acerqué al rastro, hasta aquí mismo, caballero, todo lo que le he dicho es verdad... ¿De verdad que no quiere una espada milenaria baratita?
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