lunes, 5 de agosto de 2013

TENÍA LA MANO EN EL PICAPORTE CUANDO ESCUCHÉ AL HOMBRE POR ÚLTIMA VEZ

Mi negocio de fontanería iba cada vez peor con todo el asunto éste de la crisis. El trabajo escaseaba y la bajada de precio del PVC, debido a las exportaciones chinas, me dejaban muy poco margen de beneficio cuando me salía alguna chapuza. En los buenos tiempos de la burbuja inflaba un poco la factura con alguna chorrada o intentaba colar algún timo a dos o tres de cada tres clientes y con eso iba pagándome las letras del coche, la tele de plasma o lo que se le hubiera antojado comprar a mi mujer o a alguno de mis hijos.

Fue por ello que acogí con enorme alegría la visita de un posible cliente a mi taller:

- ¿Es usted Antonio, el fontanero?
- Por lo que se ve, sí
- Necesitamos su ayuda urgente e inmediata

Lógicamente, al oírle decir esto, así de entrada, sospeché; ya que, como todo el mundo sabe, hay que sospechar de la gente que habla en plural.

- ¿Y qué necesitan, si puede saberse?
- Es un asunto de extrema confidencialidad y no está exento de riesgo ni peligro
- Bueno, no está usted -o ustedes- hablando con un principiante, pueden confiar en mí
- Pues verá, hace tiempo que no sabemos dónde está la princesa, ¿sabe usted?, por lo que le pedimos que, utilizando sus múltiples y probadas habilidades, salga a su rescate de manera inmediata...
- ¿Yo? ¿Rescatar a la princesa? ¿Qué princesa?
- La del Urdangarín
- ¿Y qué pinto yo en esta vaina, qué quiere que haga?

El tío se hizo el sordo y no respondió a mis preguntas. Se giró, salió un momento a la calle y, del maletero del coche, extrajo una gran caja con un enorme signo de interrogación dibujado en el lomo.

- Aquí le traigo esto, suponemos que le será de utilidad
- ¿Qué es eso?
- Pues una caja
- Sí, ¿y?
- Dentro hay una seta gigante
- ¿Una seta gigante?
- Exacto
- Pero... ¿Para qué diablos quiero yo eso?

Se le torció el gesto. Parecía decepcionado con mi actitud.

- Verá. Necesitamos que comience su búsqueda inmediatamente. Por favor, no perdamos el tiempo.
- Pero...
- No me interrumpa...
- Pero, ¿podría hacerle una pregunta?
- Sí, adelante
- ¿Pagan bien?
- Si todo sale bien podrá llenar una habitación de monedas de oro... ¿Le interesa?
- Me interesa. Siga.
- Pues verá, sabemos que la princesa pudiera estar en Suiza, o así al menos lo sospechan nuestros expertos
- ¿Y por qué sospechan eso?
- Pues porque lo han leído en el periódico
- Comprendo. Siga.
- Nada más. Empiece la búsqueda desde aquí mismo, donde pone "Nivel 1"; y buena suerte
- Lo de "Nivel 1" es parte del letrero del montacargas, pero entiendo lo que me quiere decir. Empezaré ahora mismo.
- Entonces, adiós.

Tenía la mano en el picaporte cuando escuché al hombre por última vez. Dije también adiós y cerré la puerta. Empecé a pensar. ¿Qué hacer? ¿Salir a buscar a una princesa metiéndome en mil aventuras sin saber qué me podría suceder? ¿Olvidarme de todo? ¿Renunciar sin más a un montón de monedas de oro? ¿Y aquella caja? ¿Debía tomarme la seta inmediatamente o esperar a que me aconteciera algún peligro? ¿Y por qué me elegían a mí? ¿Y quiénes eran ellos? Demasiadas preguntas. Estaba confuso, febril. Aquel asunto me venía grande, tal vez, y me estaba superando. Lo que parecía evidente era que yo solo no podría acometer aquello, así que decidí, no sin antes darle muchas vueltas a la cabeza, que le pediría ayuda a mi hermano.

Marqué su número y me lo cogió a la primera. Sabía que podría contar con él, siempre nos hemos entendido a la perfección y no hacía falta que perdiera mucho tiempo contándole los detalles, así que, con mi voz angustiada, solamente le dije, casi le grité:

- ¡Luigi, tienes que ayudarme!

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