Cuando cerró el bar de Rafa, entendí la señal: este país mediocre no merecía mi talento, por lo que tomé la dura decisión de emigrar a un país llamado "Estados Unidos de Norteamérica", o algo así.
Allí, mi vida de emigrante no era nada sencilla; tuve que realizar múltiples trabajos engorrosos hasta que obtuve la bendita tarjeta de residencia: primero desactivando explosivos en Afganistán, lo cual no estaba mal en realidad, porque todo consistía en cortar siempre el cable rojo, como me explicaron la tarde en la que me dieron el cursillo de instrucción. Luego estuve tres meses torturando presuntos terroristas en la base de Guantánamo, labor por la que fui condecorado por mi enorme mérito seleccionando los discos que martirizaban a los prisioneros, gracias, todo hay que decirlo, a mi afición al pop español de los setenta y de los ochenta.
Y de ahí me destinaron a Nueva york, al CAS o Servicio de Alarmas y Catástrofes en su traducción al castellano. El alcalde Rudolph Giuliani fue el encargado de darme la bienvenida y mostrarme las instalaciones:
- Bienvenido, Antonio
- Gracias, señor Giuliani
- Te comento: mira, ésta es tu mesa, éste tu ordenador y allí está el baño. ¿Tienes alguna pregunta?
- Pues no sé, ¿qué tal va todo? ¿Hay hay qué hacer hoy?
- Buff... Hoy estamos más bien mal, está la cosa fatal... Has llegado justo en un día complicadillo
- ¿Qué sucede?
- Ya sabrás, Antonio, por pocos comics que hayas leído y por poco cine que hayas visto, que la ciudad de Nueva York siempre está al borde del apocalipsis
- Sí, algo he leído
- Bien, pues hoy tenemos un movidón que te cagas
- ¿Sí?
- Sí. Un mosquito gigante creado artificialmente por antiguos agentes de la KGB amparados por el servicio secreto de Corea del Norte está causando estragos por toda la zona de Manhattan
- ¡No me diga!
- Como te lo cuento, chaval
- ¿Y qué podemos hacer?
- ¡JA! ¡Que qué podemos hacer, dice! Pues tú sabrás, es tu trabajo. Yo he quedado para ver un musical en Broadway en el que sale la hija de Frank Sinatra, así que adiós, me piro, que ya llego medio tarde...
Según se marchó el teléfono empezó a sonar y todas las luces rojas de la sala empezaron a lucir intermitentemente. Un montón de gente con batas y cara de científico inundaron la sala y empezaron a entregarme informes y a darme comunicados urgentes de las fuerzas armadas, los bomberos y el pentágono.
Como primer día de trabajo estaba siendo un poco estresante, así que me fui a la cocina de empleados para estar solo, me preparé un café y traté de relajarme un poco. Las palabras de Rudolph Giuliani daban vueltas alrededor de mi cabeza, la verdad es que no sabía muy bien qué hacer a continuación, aquí no había cable rojo ni disco de Los Pecos que pudiera sacarme del embrollo en el que estaba metido.
De pronto tuve una idea que podría salvarme el día: regresé a mi despacho y le dije al primer esbirro que me encontré que me dejara el directorio secreto de teléfonos.
- ¿El directorio secreto de teléfonos?
- Sí, el directorio secreto de teléfonos
- Pero...
- Sí, no se haga el tonto y deme el directorio secreto de teléfonos
- Pero jefe... ¿El directorio secreto de teléfonos? Le recuerdo que ese directorio secreto es sólo para casos extremos
- ¿Acaso un mosquito gigante en Manhattan no es lo bastante extremo para usted? ¿Quién manda aquí, eh?
- Sí, tal vez tenga razón... ¿Qué número busca?
- Busco un superhéroe carismático, de los que viven y pagan sus impuestos en Nueva York, alguien con experiencia en estas lides...
- No me diga que va a llamar a...
- Sí, Espíderman
- ¿Spáiderman?
- Eso
- Pero jefe, ha pasado mucho tiempo desde que... No sé yo si es buena idea que...
- ¡Deme el número!
Marqué y oí los tonos de llamada espaciándose en el tiempo. Finalmente una voz cansada me contestó:
- ¿El señor Espíderman?
- Spáiderman
- Eso
- ¿Qué desea?
- Verá: un mosquito gigante está destruyendo Nueva York y necesitamos su ayuda con bastante urgencia
- ¿Y qué quiere que haga yo?
- Pues había pensado que, gracias a sus habilidades arácnidas, podría usted trepar hasta lo alto del Empire State y colgar de allí una larga tira de goma pegajosa. Como hacen en los pueblos, vamos. Que se quede el bicho allí pegado, quiero decir...
- No, no, lo siento, no puede ser... Ahora soy un hombre casado y mi mujer no me deja salir para este tipo de historias... Además, que tengo que bañar al bebé y recoger al mayor de baloncesto, y...
- ¡Pero tiene usted que ayudarnos, su ciudad lo necesita! ¡No busque excusas!
- Pero si no soy yo, es mi mujer... ¡Que no me deja! ¡Si a mí me encantaría! Pero las últimas veces que he ido a combatir el crimen y el caos siempre me regaña, me habla del dolor de los niños siempre abandonados y cosas así... Escúcheme: un superhéroe no es lo mismo cuando se casa, y menos cuando es padre
- Comprendo... Gracias por nada, hasta luego...
Y colgué con violencia. Ahora la situación parecía desesperada y en verdad lo era, pero aún me guardaba un as en la manga. Agarré la chaqueta, cogí un bote de insecticida del carrito de la señora de la limpieza y abrí la puerta del despacho para salir.
- ¿Dónde va jefe?
- ¿Dónde va a ser? ¡Al final tengo que hacerlo todo yo!
Tomé el metro y me bajé en la estación de Manhattan Central. El escenario era ruinoso, terrible, dantesco. La gente corría de un lado a otro sin saber qué hacer. De los edificios demolidos salía un humo denso que lo envolvía todo.
Le pedí un megáfono a un policía que había por allí y solicité la atención de todo el mundo:
- ¡CIUDADANOS DE NUEVA YORK! CÁLMENSE Y ESCÚCHENME: SOY ANTONIO, EL ENCARGADO DEL SERVICIO DE ALARMAS Y CATÁTROFES, ASÍ QUE PRESTEN MUCHA ATENCIÓN A LO QUE VOY A DECIRLES
- ¿CÓMO SABEMOS QUE ES USTED DEL SERVICIO DE ALARMAS Y CATÁSTROFES?
- PORQUE ME HA NOMBRADO EL ALCALDE, RUDOLPH GIULIANI
- ¡HOSTIAS, RUDOLPH GIULIANI!
- ¡SÍ! Y AHORA, ATENTOS; LO QUE VOY A DECIRLES A CONTINUACIÓN TIENEN QUE CUMPLIRLO AL PIE DE LA LETRA, ¿DE ACUERDO? BIEN: QUIERO QUE TODO EL MUNDO BUSQUE CON LA MIRADA AL MOSQUITO... ¿ME ENTIENDEN? ¡BUSQUEN! ¡BÚSQUENLO!
Efectivamente sucedió lo que había planeado: el mosquito desapareció.
- LO HAN HECHO MUY BIEN. AHORA ESCUCHEN MI SIGUIENTE INSTRUCCIÓN: QUIERO QUE SE HAGAN LOS DORMIDOS. ¡TÚMBENSE Y CIERREN LOS OJOS! ¡YA!
Tal y como pensaba, el mosquito surgió desde su escondite para ir a zumbar en los oídos de los que descansaban más profundamente. Entonces, simplemente tuve que lanzar el espray matamoscas que le había quitado a la señora de la limpieza dentro de la boca del monstruo y disparar. El bicho estalló, cubriéndolo todo de sangre, como si se tratara de un enorme tiburón blanco. Ciertamente aquello era un final digno de una película de Hollywood.
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