Trece historias de fantasmas, de un tal M. R. James es el primer libro que he terminado de leer este año, aunque en realidad empecé con sus relatos el año pasado.
La cubierta espectacular no es |
Una de las cosas que tienen los libros de relatos (para bien o para mal), es que te permiten leer uno o dos y luego olvidarte del libro durante un tiempo para retomarlo el día menos pensado. Yo, además, soy un lector compulsivo y poliamoroso, leo varios libros a la vez, por lo que multitud de historias se me solapan. Y así me gusta, así está bien. La lectura monográfica de un único libro me parece catequesis. Ya ves, a mi manera vivo al límite...
Es por eso que ahora, cuando reviso el libro, algunas historias apenas las recuerdo, porque no me impresionaron mucho cuando las leí hace algunos meses, al poco de comprar este libro por un euro en el rastro de Madrid, que es donde suelo comprar los libros últimamente. Siempre viejos y de segunda mano.
Como digo, estas historias de fantasmas no me han entusiasmado demasiado, a veces el autor divaga demasiado en los preliminares y se olvida un poco de los fantasmas, que están esperando aparecer pero que no terminan de materializarse o de interactuar con los personajes de este mundo. Están por ahí, en Inglaterra, siguiendo con unos protocolos y tradiciones de las que ellos mismos son prisioneros. Son reos de un orden superior: el victoriano. Y es que lo que más me ha gustado de estas historias es eso, que son muy inglesas, tan de ese país al que yo tanto quiero y le debo tanto. Se suceden nombres de ciudades, de pueblos, de iglesias y de personajes de la burguesía y de la nobleza todos muy ingleses (no británicos: ingleses), una y otra vez. Y los fantasmas están por ahí, en ese decorado y bajo la jurisdicción del imperio, como unos funcionarios más que hayan opositado a ese cargo tan deseado por muchos, como el propio Boris Johnson puede atestiguar: fantasma inglés.
El fantasma inglés es demoníaco y satánico, es el mal absoluto. Los pobres nobles ingleses tienen, aparentemente, la fortuna de vivir en palacios y castillos rodeados de bosques y tierras de su propiedad, pero a cambio de eso han de convivir con fantasmas arcanos, nacidos de viejas maldiciones o de tradiciones familiares o nacionales mal encauzadas y que hacen que el maligno siempre esté a punto de saltar, asustando a los pobres ricos. Mucho mejor, donde va a parar, ser uno de esos guardeses que vive también en el palacio -en la cocina o en las caballerizas- y que lo sabe todo y que siempre, en el momento preciso del relato, va a revelar al protagonista alguna pista para resolver el enigma que tiene al señorito tan asustado.
Un símbolo inspirador del mal |
En fin, que para terminar copio un fragmento de uno de los relatos más entretenidos del libro, titulado "¡Silba y acudiré!", en el que los tópicos ingleses se amontonan para mi deleite:
Los demás huéspedes del hotel, como es natural, eran también aficionados al golf, y entre ellos había algunos elementos dignos de especial atención. El personaje más llamativo era, quizá, un ancien militaire, secretario de un club londinense, el cual poseía una voz increíblemente poderosa y unas opiniones marcadamente protestantes. Y encontró el momento de manifestar lo uno y lo otro con ocasión de unos oficios que celebró el vicario, persona respetable, aunque con cierta tendencia a hacer pintorescas las ceremonias religiosas, cosas contra la que luchaba el militar denodadamente por considerar que se alejaba de la dignidad de la tradición anglicana.
Párrafo, como ves, farragoso y enrevesado y que, además, alude a una serie de detalles que no tienen nada que ver con el fundamento, el desarrollo ni el desenlace del cuento, pero que nos pone enfrente a unos personajes para mí imposibles de ver por Fuenlabrada ni por el rastro de Madrid, donde vete a saber por qué carambolas de la vida acabó este libro que ahora tengo en mis manos. Lo tomo como una señal del otro lado.
Creo que me he enrollado más de lo que pensaba, veremos si la próxima vez me ajusto un poco más.
La traducción es de Francisco Torres Oliver, el prólogo de Rafael Llopis (1973)
No hay comentarios:
Publicar un comentario