domingo, 7 de abril de 2013

NACEMOS MUERTOS


Al fin todos los años de universidad habían servido para algo: me esperaban en mi primera entrevista de trabajo y tenía pinta de ser la oportunidad soñada: uno: empresa multinacional con delegaciones en todo el mundo, dos: puesto de enorme responsabilidad –ya que había que tratar con productos esenciales para los clientes- y tres: posibilidades de promoción. Eso decía el anuncio. Tal vez algo pretencioso para referirse a un ayudante de cocina del búrguer, pero algo era algo. Estaba deseando poner en práctica todo lo que había aprendido y con ganas de demostrar lo que era capaz de hacer. La entrevista además fue muy sencilla:

- ¿Tiene experiencia en el puesto?
- No
- ¿Sabe usted cocinar?
- La verdad es que no
- Bueno, ¿sabría usted meter cosas en un microondas?
- Algo, sí...
- ¡Bien!
- Gracias
- ¿Sabe usted lo que es una nevera?
- Por supuesto, acabo de terminar la carrera de ingeniería industrial frigorífica
- ¿Es usted capaz de aguantar diez horas de pie?
- No lo sé
- Bien, va usted muy bien… Ésta es mi última pregunta. Si la respuesta me satisface, el puesto es suyo…
- De acuerdo
- ¿Suele escupir en la comida de otras personas?
- ¿Cómo dice?
- Que si suele escupir en la comida de otras personas
- …
- Por favor, piense bien su respuesta antes de contestarme. Le ruego además que sea sincero
- Bien, veamos… Esto es difícil para mí… Pero vale, lo confieso: he llegado a hacerlo, eso sí en casos concretos y puntuales y sumamente justificados, como por ejemplo cuando…
- No, no siga. Es perfecto. El puesto es suyo. Empieza mañana.

Y así comenzó lo que yo suponía sería una exitosa carrera en el proceloso mundo de la restauración, aunque los obstáculos no tardarían en aparecer: el encargado del local, un antiguo veterano de la guerra de Bosnia, ya me advirtió nada más conocerme con su tremenda voz, potente y engolada:

- Esto es una guerra, Antonio. Lo clientes no dejan de disparar pedidos y nuestra tarea consiste en contraatacar con nuestros mejores platos.
- ¡Sí, señor!
- ¿Esta usted preparado para empezar su turno, novato?
- ¡Señor, sí, señor!
- ¡NO LE OIGO!
- ¡SÍ, SEÑOORRRR!
- ¡ADELANTE, ENTONCES!
- ¡SÍ, SEÑOR!
- Si tiene algún problema no dude en avisarme y yo le cubriré…
- ¡GRACIAS, SEÑOR!

No sé si la comparación con la guerra resulta lo más exacto y acertado, lo que sí sé es que ese primer día aprendí a disparar salsas sobre pan de hamburguesa como si no hubiera hecho otra cosa en la vida. Además, resulté herido: me corté en la mano izquierda y me quemé un ojo con aceite. Llevaba dos horas allí y estaba agotado. Llevaba tres y estaba molido. No podía más. Pero el general no me daba tregua y me gritaba desde la barra:

- VAMOS, ANTONIO, VAMOS, ¡IZQUIERDA, DERECHA, IZQUIERDA! ¡HIP, ALO! NO TE RINDAS, NO TEMAS A LA MUERTE, NOSOTROS NO TEMEMOS A LA MUERTE: ¡NACEMOS MUERTOS! ¡LA MUERTE ES NUESTRA NOVIA!

Sin embargo, en medio de aquella refriega, cuando tan solo quedaban dos horas para acabar el turno, ocurrió algo impensado: se acabó la carne de hamburguesa. Fui corriendo a contárselo al teniente, el cual se puso algo nervioso, aunque aparentó conservar la calma:

- Antonio, seguro que esto es cosa de los comunistas serbios…
- ¿De quienes?
- Esos malditos… Sólo nos queda recurrir a la táctica del factor sorpresa, recluta…
- ¿Qué táctica es esa?
- Ven, ven conmigo…
- ¿Dónde vamos?
- Es tu primer día, pero te veo preparado, algo en ti me dice que tienes madera, chico, y sé que algún día podrías salvarme el pellejo…
- Gracias, mi capitán

Me condujo a una sala anexa, oscura, con un pentáculo dibujado en el suelo.

- ¿Dónde estamos, señor?
- En la sala del pentáculo
- ¿Qué es un pentáculo?
- Un dibujo para invocar al más allá, no me digas que nunca has visto ninguno
- No, no…
- Pues atento…

Y empezó a recitar una retahíla de salmos incoherentes, mezcla de sánscrito, latín y croata… Para mi enorme sorpresa, a los cinco minutos apareció una especia de nube de humo y, poco a poco, del humo apareció una silueta, y de la silueta unos cuernos, y finalmente, de los cuernos hacia abajo, surgió la abominable figura del mismísimo demonio, que rompió la monotonía de las oraciones del militar con su voz terrible y cavernosa:

- ¿Quién osa llamarme desde las profundidades del averno?
- Soy, yo, el encargado del búrguer
- ¿Qué quieres, criatura?
- Carne de hamburguesa… como cinco kilos o así… Espera… ¡Chist!, ¡Chico! –me espetó- ¿Cómo cuánta carne crees que necesitamos?

Pero yo no podía contestar. Estaba alucinado. El coronel me insistía:

- ¿Qué cuántos kilos necesitamos? ¿Chico? ¡Chico! ¡Eh!

Lancé entonces un grito agudo, estaba al borde del desmayo, pero el propio demonio me abofeteó y me dijo:

- Antonio, déjate de tonterías, no es el momento…. Dime cuánta carne necesitas y deja que me vaya, o mi espíritu maligno errará sin descanso hasta el fin de los días por esta hamburguesería
- Vale, vale, de acuerdo… Déjeme ver… Creo que cinco kilos, serán suficientes para terminar hoy el turno aunque, ya que se pone, traiga también dos cajas de patatas congeladas. Y un barril de cerveza.

El demonio no se demoró y con un par de pases mágicos de sus brazos en forma de pezuñas hizo aparecer el pedido ante mí. Después se esfumó. Con lo que nos despachó fuimos finalmente capaz de acabar la jornada sin mayores contratiempos.

Sin embargo al llegar a mi casa me resultó imposible conciliar el sueño, todo lo que había vivido en el búrguer daba vueltas y vueltas en mi cabeza: el demonio, la guerra de Bosnia, las raciones en vaso de cartón de patatas congeladas… Decidí que no podía soportarlo y al día siguiente comuniqué al almirante que abandonaba el trabajo. En el fondo me daba pena, pero acordarás conmigo que tuve que hacerlo, que aquello no era ni medio normal.

Y lo peor de todo es que volví a estar en paro. Y así he seguido hasta hoy, cuando he visto en mi correo electrónico una nueva oferta de trabajo: asistente de catering en misas negras. La verdad es que no tiene mala pinta para lo que hay hoy en día por ahí y, oye, al menos tengo un trabajo. Sí, mis años de universidad han servido para algo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario