viernes, 24 de febrero de 2012

LETAL COMO UN SOLO DE CHARLIE PARKER

(Relato que toma su título de la nueva novela de mi amigo Javier Marquez Sánchez, si bien esta narración no tiene absolutamente nada que ver con la misma)

Nos habíamos escondido en un piso de Lavapiés, en casa de unos amigos suyos, o eso al menos parecían, vete a saber, no quise preguntar ni saber nada. Es mejor así. Todo había salido mal desde que entramos en el banco; primero los otros dos del coche, que huyeron en cuando vieron el percal, y luego el notas éste, que se le calentó la mano y se puso a disparar como un loco.

Yo llevaba dos meses fuera de la cárcel y me había apuntado a aquel atraco pensando que trataba con profesionales. El Charlie, con quien compartía celda y trujas, me había recomendado y me había convencido de que con esta gente el éxito estaba asegurado. Dinero fácil.

- Cuando salgas, Antonio, di que vas de parte de Charlie Parker y di que eres letal, como un solo de Charlie Parker, el saxofonista. Me llaman así por él. Y así te reconocerán, es la clave para que te acepten.

Pero todo había sido un puto desastre, eran unos aficionados de mierda y menos mal que entre el follón del tiroteo agarré a este tipo de la capucha y lo saqué de allí... Después, a correr como locos huyendo de las sirenas hasta aquí, hasta este maldito piso oscuro de la calle de la fe donde él me condujo. La pareja que nos acogió parecía simpática, pero yo ya no me fiaba de nadie, quería salir de allí.

- Quedaos esta noche. En esta casa nos levantamos a las seis. A eso de las siete, confundidos entre la gente que va trabajar, separaos y escapad... Nosotros no podemos hacer más...

Así que ahora, tumbados los dos boca arriba sobre un colchón maloliente en una habitación interior y sin ventanas, fumábamos y nos perdíamos en nuestros pensamientos. No hablábamos. Por mi mente pasaban todo tipo de malos augurios, no quería volver a la cárcel por nada del mundo, pero estando con aquellos rateros de tres al cuarto con ínfulas de mafiosos me temía lo peor.

El imbécil éste del tiroteo en el banco se durmió al poco a mi lado y se puso a roncar, emitiendo un sonido pesado y sonoro, como de animal enfermo, que atraía a mi cabeza pensamientos infernales y dolorosos. Odiaba a aquel tipo, odiaba el sonido de su respiración, y en mi mente le culpaba de todo. Traté de distraerme pensando en otras cosas, para no matarle allí mismo más que nada. Pensé en Paula, en su sexto cumpleaños, cuando su madre y yo aún nos amábamos, y me venía al recuerdo la semana que pasamos en Gandía, de su sonrisa de niña y de cómo me llamaba cuando, durante aquellas tardes húmedas y calurosas, me quedaba dormido viendo el Tour de Francia frente a la tele portátil.

- ¡Papá, papá! - Me decía, y me tiraba del dedo pulgar para despertarme, y luego, riendo, me contaba cualquier ocurrencia que había tenido. Aquelos fueron los mejores momentos de mi vida. Luego vino el accidente, el coche en llamas, yo llorando con el cuerpo de Paula sin vida buscando una ambulancia que nunca llegaba. Jamás me perdoné aquello, pese a que la culpa no fuera mía. Y después todo lo demás: el hundimiento, los atracos, el divorcio, la cárcel... Sin darme cuenta estaba volviendo a entrar en ese bucle que nunca me dejaba dormir el primer año encerrado en el presidio... No podía más: Los recuerdos me torturaban, tenía mucho calor en aquel cuartucho y sudaba, y aquel tipo, culpable de mi desgracia, roncaba más fuerte que nunca junto a mí y el olor de sus pies, de su aliento, de su sudor en general, lo rodeaba todo. No había ni una pizca de luz, no había ventanas que poder abrir y respirar y ni tenía tabaco ya. Empecé a delirar, a dar vueltas en aquel colchón sucio y estrecho. Estaba en una especie de trance, medio dormido, medio despierto, pero dentro de una pesadilla. Puede ser que se me escapara algún grito.

El notas aquel se despertó al fin, encendió la lamparilla y empezó a gritarme, agitándome el cuerpo mientras me agarraba por los hombros:

- ¡EH! ¡EH! ¡DESPIERTA! ¡DESPIERTA! ¿QUÉ TE PASA? ¡DESPIERTA!

Aun en mi estado de semialucinación fui capaz de agarrar mi pistola, abrir los ojos y apuntarle con ella en medio de la frente. Se quedó inmóvil.

- ¡EH! ¡ANTONIO O CÓMO TE LLAMES! ¿PERO QUÉ HACES? ¿QUÉ PASA? ¿QUÉ TE PASA?
- ¡HIJO DE PUTA! ¿POR QUÉ TE PUSISTE A PEGAR TIROS COMO UN LOCO EN EL PUTO BANCO? ¿POR QUÉ, HIJO DE PUTA POR QUÉ DISPARASTE? ¿EH? ¡VENGA, DIME, DIME! ¿POR QUÉ?
- SE ME FUE, TÍO, SE ME FUE LA OLLA, TRANQUILO...
- ¿POR QUÉ DISPARASTE SIN MIRAR? ¿EH? ¿POR QUÉ MATASTE A LA NIÑA, ¡A LA NIÑA!?

Disparé.

1 comentario:

  1. Está muy bien, Antonio... Y he podido ver un cortometraje total al terminar la historia!...

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