sábado, 23 de marzo de 2013

LA SORPRESA ERA ASÍ Y ASÍ

Ser secretario de las infantas no es fácil... Y no lo digo por toda la movida esta del instituto NOOS y toda la vaina, no. Ahí yo no tengo nada que ver, asesoré en lo que pude y poco más. Punto y final. Además que seguro que salen todos absueltos, no pasará nada. Tonterías. Me refiero a cuando eran pequeñas: ¡Eran de caprichosas! Que si quiero ir al cine "pero al cine no puedes ir, hay mucha gente mala que os puede hacer algo", pero nada: al final tuvimos que instalar un cine en palacio y a mí me tocó hacer montañas de palomitas. Que si quiero conocer a Santa Claus, "pero ¿Santa Claus? ¿No preferís a los reyes? ¡Si son los padres!", pues nada, a vestirme de adefesio y a ho ho ho derme.

Pero lo peor que recuerdo es cuando a Helena, sí, la más borbón, se le antojó un poni:

- Helenita, ¿un poni?
- ¡Sí, quiero un poni!
- Pero... un animal en palacio... no puede ser...
- ¡Un poni!
- Poni... Un burro todavía, en este palacio burros sí que ha habido casi siempre, aunque no lo creáis... pero ahora sería complicado... ¡como están en peligro de extinción!

Pues nada, que la niña todos los días poni-poni-poni...

- Majestad, la niña quiere un poni
- ¿Un qué?
- Un poni
- ¿Qué es un poni?
- Una especie de caballo pequeño
- ¿Cómo de pequeño?
- No sé... pequeño...
- Pues consigue uno, Antonio, para eso estás aquí... Por cierto, ¿tienes ya billetes para Botswana?
- Sí, claro, el suyo y el de su majestad la reina que...
- ¿Qué reina?
- La reina, su majestad la reina
- No, no... para ella no... ¡Pareces tonto!
- Bueno, ¿y el poni?
- Pues hasta ahora no he matado ninguno por allí, pero si te hace ilusión puede que caze alguno en Botswana y te traiga la foto
- Digo el poni... el de la niña...
- No, tonto, la niña tampoco quiero que venga a Botswana, ¿pero qué te pasa hoy?
- ¡Es que no sé de dónde sacar un poni!
- Pues de la tienda de ponis, lelo
- ¿Cuál?
- De la misma de la que sacaste a Santa Claus las navidades pasadas
- ¡Pero si era yo disfrazado!
- Jajaja... ¡Venga ya! Pero si hablé con él y todo... ¡Y me trajo todo lo que le pedí!
- Cierto, cierto majestad... Disculpe no recordaba que usted... Bueno, será mejor que me retire...
- ¿Dónde vas?
- A por el poni
- ¡No! ¡Tú tampoco quiero que vengas a Botswana! ¡Quiero que te quedes en palacio!

Y no, claro que no fui a Boswana sino a la misma tienda de disfraces del año pasado. Allí me hicieron un apaño para parecer un poni. No fue difícil. Lo complicado fue convencer al fumeta del cocinero para que me ayudara: él de cabeza y yo de cuartos traseros, como si fuéramos una especie de centauro extraño. Estábamos ridículos, pero todo lo compensó el ver la carita de felicidad de la pequeña infanta, ¡qué sonrisa desencajada y qué mirada fuera de órbita! ¡qué borbón! No paraba de dar saltos, de trepar por las crines del cocinero, de darnos patadas como sólo su futuro hijo sabrá hacer...

Lo más comprometido llegó cuando, en la comprensible excitación de un niña, comenzó a palpar la parte del traje en la que yo me ocultaba y, por una costura rota, introdujo la mano y me palpó la entrepierna. Me quedé helado y cesé de respirar. Ella también pareció sorprendida, pero no dijo nada. Exploró y exploró, hasta que alguien dijo su nombre y se alejó, distraída, pensando en sus cosas o en nada en absoluto.

A los pocos días el poni había desaparecido, pero no pasó nada, una nueva excitación infantil captaba ahora su atención: papá llegaba a casa y siempre traía muchos regalos de sus cacerías: cuernos de marfil, pezuñas de herbívoros, quijadas sanguinolentas...

Y así fue, su majestad venía cargado de regalos. Bueno, él literalmente no, sino sus pajes, en fin, como en cualquier cabalgata que hayas podido ver. La niña corrió y se echó en sus brazos cuando lo vio:

- ¡Hola, papá!
- ¡Hola, hija! ¿te trajeron el poni?
- ¡¡¡Síííííí!!!
- ¿Y qué, cómo encontraste la sorpresa?
- Pues palpando la encontré... ¡la sorpresa era así y así, papá!

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