sábado, 9 de febrero de 2013

NO RECORDABA QUE ESTA MAÑANA TENÍAMOS MUÑECA INFLABLE A DOMICILIO

El motivo principal por el que fui al concurso de Jordi Hurtado no fue el dinero, ni la fama: fue poder conseguir un autógrafo suyo. Un autógrafo que me ayudara a reconciliarme con mi mujer después de la bronca que me había echado por vender sus colección de discos de Camilo Sesto.

Mi mujer adoraba a Jordi Hurtado y si me tenía que humillar públicamente apareciendo en un programa de televisión, lo haría. Poco antes de que empezáramos con la grabación se lo dije:

- Jordi, por favor, tienes que firmarme un autógrafo... No es para mí, pon para Carmen, mi mujer...
- Oh, Antonio... Por supuesto, por-su-pues-to... pero ahora... ahora no... ahora no... si te parece esperamos al descanso... ¿te parece?
- Muy bien

El concurso estaba siendo una tortura: yo fallando algunas preguntas absurdas y otro listillo que llevaba veintidós semanas consecutivas en el programa acertándolo casi todo. Llegó el descanso.

- Esto.... Jordi...
- Sí, sí, amigo... Ve a mi camerino y espérame allí... ahora mismo voy yo...

Fui a su camerino. Me senté es su silla y me quedé mirando sus fotos con gente extraña y su armario ropero lleno de trajes idénticos... ¿Eran todos los trajes de Jordi Hurtado idénticos realmente? Decidí investigar. Abrí la hoja del armario de par en par, pero me pareció ver algo raro al fondo y me adentré en él, cuando, para mi sorpresa, la luz cambió y me vi en la calle, en un callejón extraño. Debe tratarse de una especie de salida de emergencia, pensé.

Caminé hasta la calle principal. Al asomarme me quedé estupefacto: coches que flotaban a dos metros sobre el suelo, robots humanoides cargando bolsas de la compra, gente con pinta de marciano y peatones vestidos como el saltador ese austriaco de la estratosfera. En un gran panel luminoso que había en un edificio lejano vi la respuesta a aquel enigma. Decía: 9 de febrero 2137.

Estaba confundido con todo aquello, así que decidí dirigirme hacia una iglesia que había cruzando la calle. Cuando entré el párroco dialogaba con una señora de avanzada edad:

- Disculpe, señora, pero no recordaba que esta mañana teníamos muñeca inflable a domicilio...

Vino hacia mí.

- Buenas tardes, hermano... ¿Dónde está la muñeca?
- ¿Qué muñeca?
- La inflable... ¿No le envía Jordi?
- ¿Jordi?
- Jordi Hurtado
- Ah. No sé.
- Si se lo tengo dicho: si quieres el elixir de la juventud eterna tienes que traerme una muñeca desde tu época, de las clásicas, de las de mejor calidad. Ya no se fabrican así, ¿sabe usted? La Marcelix 69... ¡Una maravilla! Y como cada vez me manda un tipo como usted con la muñeca, así vestido, como de hace dos siglos había pensado que...
- Ah, pues sí, vengo del programa de Jordi, pero no traigo nada...
- Pues no hay elixir, lo siento. Dígaselo así, que si no hay muñeca no le puedo dar nada... Ahora estoy muy ocupado. Adiós.

Así que me fui. De todas formas ya era tarde y todavía tenía que terminar mi participación en el concurso. Sin esfuerzo regresé por donde había venido hasta el callejón inicial y volví a aparecer en el camerino de Jordi Hurtado. Jordi estaba allí, mirándome con enfado.

- ¿Pero qué has hecho, hijo de puta? ¿De dónde vienes?
- De hablar con un párroco del futuro
- No me digas que has ido hasta allí sin la muñeca
- Lo siento, Jordi, fue sin querer... ¿Me puedes dar el autógrafo de todas formas? Es para mi mujer que...
- ¡Claro que no, mamón!
- Mira, Jordi, ese autógrafo es muy importante para mí en estos momentos... Si quieres puedo ir otra vez, hablar con el cura y...
- ¡NO, NO, NO, NO, Y NO! ¡No puedes! El portal espacio-tiempo tan solo se abre una vez al día, cuando la voz en off del programa pronuncia la clave cuántica de teletransportación... Me has arruinado, ¿sabes? Un día sin elixir y no sé qué me puede pasar, a lo mejor me desintegro en miles de partículas por tu puñetera culpa...
- Por favor, Jordi, no te preocupes, no te pasará nada, espero que no... De todas formas si me firmas el autógrafo tal vez yo podría... ¡EH, ESPERA! ¡MIRA AHÍ, JORDI!

Y le señalé un cuadro al óleo del rostro en primer plano del propio Jordi Hurtado que había en una de las paredes de su camerino. Justo en ese momento al retrato le estaban saliendo dos entradas en lo alto de la frente y se le estaba arrugando un poco la cara.

- Jordi, -le dije- me parece que este retrato amortiguará el envejecimiento hasta mañana, no te pongas nervioso...

Justo en ese momento la voz en off vino al camerino para avisarnos de que íbamos a grabar la segunda parte del programa. Salimos y nos fuimos al plató.

Y las cosas empezaron a irme mejor, el aire del futuro me había despejado y comencé a acertarlo todo, mientras que el listillo de antes parecía cansado, como más lento de reflejos. Envejecido. Si el tema seguía así tendría el concurso en el bote.

Llegamos a la última pregunta empatados. Si acertaba, ganaba, si fallaba perdía todo. La tensión se notaba en todos nosotros, incluso en Jordi quien, con voz firme me lanzó la última cuestión:

- Antonio, ¿Qué marca de muñecas inflables es la más vendida actualmente, en el siglo veintiuno?

No lo dudé.

- ¡La Marcelix 69!
- ¡COOOOORRECTOO! ¡Bravo, bravo, bravo... MUY BIEN! Antonio, eres nuestro ganador, por lo que vuelves en el siguiente programa, un premio absolutamente fenomenal, ¿Verdad? Porque aquí lo de menos es el dinero, lo realmente importante es poder volver el programa siguiente, ¿verdad, Antonio, eh? ¿verdad que sí?

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