martes, 4 de diciembre de 2012

LA MUJER CON BIGOTE

Hace unas semanas se incorporó a la fábrica donde trabajo un nuevo compañero, Vladimir se llama. Es de un país del este, aunque no nos quiso decir cuál.

- Pero Vladimir, ¿de dónde eres?
- De Ucrania
- ¿De dónde?
- Ucrania. País lejos España. Europa. Mar Negro. Vecino Rusia.
- Venga Vladimir, no nos tomes el pelo, dinos de una vez de dónde carajo eres...
- De Ucrania, ya os lo he dicho, capullos...

Y así todos los días. Se empeñaba en ocultar su origen no sé por qué motivo. Empezamos incluso a sospechar que tendría un pasado oscuro, cosas que tapar, aunque lo cierto es que cumplía perfectamente con su trabajo, de hecho mejor que nosotros, y se comportaba con normalidad.

Un día lo notamos como triste, apático.

- Vladimir, ¿qué te pasa?
- Vladimir triste. Mujer Vladimir muerta. Grave enfermedad. Mujer Vladimir Chernóbil. Enferma. Mucho muerte allí.

No teníamos ni idea de qué podía estar pasándole, pero lo cierto es que nos daba mucha pena. Habíamos empezado a tomarle cariño por entonces, nos parecía un tipo simpático y agradable. Aquel día no comió ni quiso participar con nosotros en el típico juego de apedrear gatos durante la hora del bocadillo.

- Vosotros verdaderos animales, no gatos. Dejar gatos en paz. Vosotros malos.

No podíamos entenderlo, pero era evidente que todo le entristecía y poco podíamos hacer por él, ni siquiera  disfrutaba con nuestros inocentes juegos y bromas, como cuando Tomás, por animarle, le arrojó un puñado de tierra por el pelo.

- Hijosdeputa- Dijo. O algo así. Algo en su idioma que no comprendíamos, pero que por el tono denotaba enfado y fastidio.

Después de mucho pensar y charlar entre nosotros se nos ocurrió. Fue Tomás quien dijo:

- ¿Sabéis lo que le pasa a Vladimir? Pues que está muy solo en la vida, necesita una mujer... ¿Por qué no nos lo llevamos esta noche al club, que le toca pagar al jefe?

A todos nos pareció buena idea, excepto al propio Vladimir, que dijo algo que no entendimos pero que parecía rechazar nuestra idea. De todas formas no le hicimos mucho caso y allí que fuimos con él.

El club es, como te puedes imaginar, un sitio sórdido y oscuro, lleno de mujeres de diverso atractivo y grandes mañas para atraer la atención de posibles clientes. En cuanto le obligamos a tomarse dos copas le preguntamos:

- ¿Qué mujer de estas te gusta, Vladimir?
- ¿Mi? La mujer con bigote...

Aquello era asombroso. Era la primera vez que le entendíamos.

- Tomás, -dije- este tío es gay. Llama a la Manoli, la que fue camionero y concejal de cultura en aquel pueblo.
- ¿Seguro? -Tomás parecía escéptico- A ver, Vladimir, ¿qué mujer te gusta?
- La mujer con bigote
- ¿Lo ves? -Dijo yo.
- ¡Hostias, Vladimir! ¡No me digas! ... ¡Manolí!

Pero cuando Manoli se nos acercó Vladimir la rechazó con un gesto hosco.

- ¡Esto ser hombre! Mi no gustar. Mi gustar mujer con bigote.

Entonces, sacó su cartera y nos enseñó una foto. Era su mujer. Bellísima. Pero no tenía ni rastro de bigote ni nada que se le pareciera. Era todo muy extraño, pero ya estábamos acostumbrados a no entenderle, era un tío raro en realidad.

- Escucha: mi mujer ser mujer con bigote. Con bigote mi gustar.
- ¡Aaahhh! -Dije. Se me encendió una luz en la cabeza. Por fin le entendía plenamente- Tomás, coño, llama a Karina, la brasileña...

Al día siguiente Vladimir vino a trabajar bastante contento. Fumó con nosotros, apedreó gatos y nos quemó cosas que guardábamos en las taquillas. Nos preguntó por el club, quería volver. Parecía otro. Y no solo eso, lo más sorprendente es que desde entonces se creó entre nosotros dos un lazo de complicidad más allá de las palabras, aunque a veces siguiera sin entender qué estaba diciendo exactamente y todavía hoy no sepa de qué carajo de país vino.


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