viernes, 21 de septiembre de 2012

RECORTES VIERNES 21 SEPTIEMBRE

Otro viernes más que lanzamos un texto presuntamente literario contra el afán de los gobernantes de este país en hundirnos por medio de recortes sociales... Hoy quiero dejar este cuentecito que se me ocurrió el otro día viajando en el cercanías -viaje que, por cierto, me costó dos euros con cuarenta y cinco céntimos de Fuenlabrada a Madrid, unos quince kilómetros...

LA CIGARRA Y LA HORMIGA

El despacho de la cigarra era funcional, pero cómodo. Olía a nuevo. Yo podía oír la conversación perfectamente a través de los finos cristales que formaban aquella oficina prefabricada.

- La política de la Banca Cigarra para con sus clientes no nos permite ayudarles en esta ocasión, es una pena y lo lamentamos mucho. Mañana a las 9 a.m. deberán abandonar su hormiguero. Eso es todo... De todas formas, si puedo ayudarle en algo más, no tiene más que decírmelo...

Esta conversación se repitió en numerosas oficinas similares a la que os cuento. Daba igual que las propias hormigas hubieran construido miles de hormigueros hoy vacíos para nadie. Debían irse todas. Hormigueros vacíos, que jamás habían sido habitados y que ahora, en esta coyuntura económica, nadie ocuparía de momento.

Las más afortunadas parecían ser las hormigas con alas, pues muchas de ellas habían conseguido empleo en restaurantes del país de las arañas. En cuanto dominaran el idioma seguro que podrían integrarse en aquella acogedora cultura, pensaban.

Los únicos que no iban a moverse era la hormiga reina y sus zanganos, sumos sacerdotes de su religión hormiguil, los mismos que sancionaban y justificaban todo aquello desde el principio, desde la organización piramidal del hormiguero hasta esta última vuelta de tuerca que mandaba a todas la hormigas al exterior, a la paradójica luz.

La hormiga salió de la oficina y respiró hondo. Estaba disputa a contar cualquier mentira al llegar a su agujero, pues no tenía valor para contar a las claras la verdad del caso a su gente. Aunque no hizo falta: cuando llegó, allí ya no había nadie, nadie de los suyos... Familias de cigarras aparcaban sus vehículos a la puerta del hormiguero y descendían con sus hijos hablando en aquella lengua extraña e incomprensible de cricridos.

No obstante, la de repente valiente hormiga, presa de un enfurecimiento súbito -y a la vez tardío- comenzó a correr frenética hacia las cigarras, cargada con una piedra de cincuenta veces su peso que encontró por allí.

- ¡Largo! ¡Fuera de aquí! ¡Pero qué han hecho! ¡El hormiguero es nuestrooo!

Pero, para su sorpresa, una hilera de hormigas soldados se interpuso en su camino.

- ¡Suelte esa piedra!
- Pero... yo también soy hormiga. ¡Apártense! ¡Déjenme pasar!
- Me la suda. Y suelte esa piedra, caballero... ¡Identifíquese!
- No, nooooo, ¡¡NOOOOOOO!!

Antes de que pudiera lanzar la piedra ya había sido rodeada y esposada por la brigada de hormigas soldado. La hormiga se resistía a callar:

- ¡Nuestro hormiguero! ¡Nuestra casa!
- ¡Cállese!
- ¡Nuestro futuro! ¡Nos han engañado! ¡Nos han engañado! ¡La reina, los zánganos, las cigarras... TODOS!
- Pues claro, pequeña hormiga... Todo esto es solamente un cuento, entérate: Todo. - no pude evitar yo, que estaba allí cubriendo este cuento para un libro de relatos de próxima publicación.

Después me enteré de que a la hormiga la encerraron en un zulo. Allí estuvo mucho tiempo, creo que murió, pero no lo sé. La prensa nunca volvió a hablar nada sobre todo esto.

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